La derrota por 2-1 ante Holanda que eliminó a Brasil del Mundial representó un triste punto final para la primera experiencia de entrenador de Carlos Dunga, el mítico capitán del equipo tetracampeón en Estados Unidos 1994.
El gesto de levantar la Copa al final de la épica campaña en la tierra del ‘soccer’ marcó un antes y un después para Dunga. Cuatro años antes había vivido con disgusto el capricho de la prensa de su país de bautizar con su nombre (‘era Dunga’) la fracasada campaña de la ‘verdeamarela’ en el Mundial de Italia, que terminó con una eliminación en octavos de final.
Desde ese entonces, Dunga se convenció de que, para callar a sus críticos, necesitaba ganar siempre. Lo consiguió en 1994 y su nombre (o , mejor dicho, su apodo deportivo, pues en realidad se llama Carlos Caetano Bledorn Verri) se convirtió en sinónimo de liderazgo y fortaleza.
Con ese espíritu aceptó la invitación de la Confederación Brasileña de Fútbol para asumir el comando de la selección después de la fracasada campaña de las superestrellas del DT Carlos Alberto Parreira en el 2006.
La nueva ‘era Dunga’ fue casi tan polémica como la primera. Sin ninguna experiencia previa como entrenador, el técnico trató de imponer un giro radical. A diferencia de Parreira, quien solía definirse como “un gestor de talentos”, Dunga excluyó a la mayoría de las estrellas de su plantel, cuyas puertas solo quedaron abiertas para jugadores que se dispusieron a seguir sus rígidas directrices disciplinarias.
Excluyó del plantel que se llevó a Sudáfrica a astros como Ronaldinho, del Milan, y Adriano, el artillero recién fichado por la Roma. También ignoró la presión de los analistas en favor de la convocatoria de dos jóvenes promesas del equipo brasileño de Santos, Neymar y Paulo Henrique Ganso.
En lugar del ‘fútbol arte’ apreciado por los brasileños, Dunga apostó a un sistema táctico basado en juego de equipo, defensa sólida y eficiencia ofensiva. “Renunciar al ‘jogo bonito’ no es parte de mi estrategia, pero también es bonito tener un equipo organizado. Lo admiramos en el baloncesto y en el vóleibol, ¿por qué no en el fútbol? Una selección, además de brindar espectáculo, tiene que ser ganadora”, afirmó a mitad del Mundial.
Duramente atacado por la prensa deportiva de su país, Dunga impuso un régimen draconiano para sus pupilos en Sudáfrica, donde la delegación permaneció durante más de un mes alojada en un hotel exclusivo de Johannesburgo, virtualmente sin contacto alguno con el mundo exterior.
En lo futbolístico, trató de compensar la escasez de estrellas en su grupo con un sistema táctico que se soportaba en una defensa sólida y una eficiencia ofensiva que, durante cuatro años, obtuvo resultados. Dunga se anotó las conquistas de la Copa América 2007 y de la Confederaciones 2009, con triunfos sobre Argentina e Italia.
Hasta el naufragio ante Holanda, Dunga acumulaba un respetable cartel de 40 victorias y 11 empates en 56 partidos. El traspié ante los ‘oranjes’ fue solamente el sexto. Pero ese era el partido que no podía perder.
Después del cotejo frente a Holanda, Dunga era la imagen misma de la derrota. Asumió la responsabilidad del fracaso, y dejó en claro que considera terminada su misión como DT.
Cuando regrese a su país, Dunga tendrá que enfrentar la hostilidad de una hinchada que lo apoyaba masivamente. El grupo que se llevó Dunga a Sudáfrica tenía uno de los promedios de edad más elevados del torneo (29 años y cinco meses) y pocos de esos jugadores tienen posibilidades de formar parte de la ‘seleçao’ en el 2014.
Por eso, además de un nuevo entrenador, Brasil tendrá que encontrar a los jugadores encargados de la nueva y delicada misión del equipo: ganar el título del 2014 en su país.