Los aciertos para el título del Emelec son muchos: respeto al plan de largo aliento de Gustavo Quinteros (eso que llaman ‘proceso’ por la extraña manía de usar palabras judiciales),un buen ojo con los refuerzos (la excepción fue el fiasco de Zeballos), rápida corrección de errores y una organización financiera lo suficientemente robusta para que los futbolistas se sientan respaldados y salten tranquilos a la cancha. Bravo.
Sin embargo, también es verdad que este éxito de la 11 de Emelec se debe a que no hubo final (la presión fue alta con Liga de Loja y Manta, ante los que se acumularon 180 minutos sin anotar) y al evidente descalabro de los rivales, casi todos devastados por la angustia de la iliquidez. No debe ser motivo de exagerado orgullo para los campeones recordar que algunos partidos los ganaron a contrincantes con jugadores que estaban por ser echados de sus departamentos, que eran acosados por las pensiones alimenticias no cubiertas, que llegaban en bus a las prácticas y debían regresarse a casa haciendo dedo o, ya en el colmo, que se desmayaban en el entrenamiento porque no habían desayunado.
Por supuesto que Emelec no tiene la culpa de las desgracias ajenas. Los azules cumplieron con lo que tenían que hacer. Fueron superiores. La tabla acumulada no resiste comparación y también se ganó a rivales que consumen los cuatro grupos alimenticios. La Copa Libertadores, esa asignatura pendiente, será un buen termómetro para este equipo que está obligado a demostrar que merece reemplazar a Liga de Quito y Barcelona en la élite de Sudamérica.