El tiempo sigue su implacable marcha y todo indica que Octavio Zambrano no podrá cumplir con su promesa contractual de acabar la fase entre los primeros seis del Campeonato nacional. Incluso si logra terminar en esa mediocre posición, ya lo de El Nacional hoy se puede catalogar de fracaso rotundo.
Ya se perdió la etapa y la meta principal no es entrar a la Copa Libertadores sino evitar, Dios tenga piedad, que el Cuenca y el Mushuc Runa los supere en la tabla y le mande al descenso.
Entre la nutrida colección de errores del equipo, la de otorgar al DT un contrato condicionado a tan bajo resultado se lleva el premio. Primero, porque un club con la historia de El Nacional no puede pretender bajar del tercer lugar. Es una manera de decirse: “No tenemos plantel para ser protagonistas así que nos contentamos con acabar en la mitad, haga lo que pueda”. Horrible estandarte de la pequeñez.
Luego, porque eso no permite a la dirigencia tomar la drástica, dolorosa pero inevitable decisión de agradecer al cuerpo técnico por sus servicios y refrescar el banquillo a tiempo. Una cosa es sostener un proceso y otra comerse la temporada. El estratega depende del resultado y en El Nacional obtener solo el 35% de los puntos jugados justifica plenamente el despido.
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El pelotón de candidatos a bajar, Cuenca y Mushuc Runa cambiaron de DT y solo Aucas (¡qué raro que Juan Ramón Silva se empeñe en seguir tras 13 fechas de terror!) y El Nacional mantienen a sus técnicos, a pesar de que su crédito se ha esfumado y de que el horizonte luce más nublado que tarde quiteña de abril. Guerra avisada solo mata lentos, dicen por ahí.