Ana María Torres en un entrenamiento. Foto Manuel Quizhpe / EL COMERCIO
Ana María Torres es triatleta, modelo y estudiante de Derecho. Se trata de una joven hiperactiva, quien desde niña incursionó en diferentes actividades. Durante 13 años practicó ballet y tres años se entrenó en escalada; mientras en su época colegial fue atleta, basquetbolista y voleibolista.
Como triatleta se estrenó el 10 de octubre del 2015 y fue en una competencia en Galápagos. No tuvo una destacada actuación por falta de preparación. Compitió para rendir un homenaje póstumo a su abuelo Édgar Rodas Andrade, quien falleció en marzo de ese año.
“Todas mis competencias las dedico a él, porque lo admiraba mucho”, asegura la multifacética deportista de 24 años. Rodas Andrade fue ministro de Salud entre 1998 y 2000 y un destacado cirujano del país.
Ana María estaba un poco desmotivada tras su participación en Galápagos y dejó de entrenarse, pero su padre Felipe Torres y su tío Paúl Rodas siempre la alentaron. “Mi papi me dijo búscate otras competencias y prueba tu real capacidad”. Hizo caso a esos consejos y el 2016 se preparó sola.
Según su padre, quien practica caminata y ciclismo en la montaña, Ana María es una persona que se plantea metas y que las cumple a cabalidad. “Es solidaria, disciplinada y constante”. Él recordó que también han competido en familia en el tradicional Circuito Pedestre de Las Cruces de Cuenca. Su madre, Diana Rodas, fue nadadora. Tiene una hermana mayor, María Angélica (25 años).
Sobre Édgar Rodas Andrade, Torres asegura que fue un abuelo especial, “siempre las llevaba a caminar y las enseñó a ser solidarias con los demás”.
En enero del 2017 se vinculó al equipo de triatlón de la seleccionada nacional Elizabeth Bravo, quien es dirigida por su esposo Francisco Tirado. Allí empezó a prepararse de manera sistemática y en poco tiempo demostró sus progresos en la parte física y técnica.
En julio de ese año compitió en el Ironman de Manta y ganó en la categoría 18-24 años. Ese triunfo le permitió clasificarse al Mundial de Ironman que se desarrolló hace tres semanas en Sudáfrica. Allí, en su categoría, terminó 24 entre 69 participantes, con un tiempo de cinco horas y 19 minutos.
Su viaje a la ciudad sudafricana de Puerto Elizabeth fue con una semana y media de anticipación. Tuvo tiempo para acoplarse a las siete horas de diferencia con Ecuador. Fue acompañada por sus padres.
A su criterio, resultó un buen debut mundialista considerando la complicidad de la ruta y la calidad de las rivales, que son las mejores de cada uno de los países. Cubrió 1 900 metros de natación, 90 kilómetros de ciclismo y 25 km de atletismo.
La deportista-modelo califica como indescriptible su experiencia en el Mundial de Ironman y agradece a sus auspiciantes que la dotaron de bicicletas, cascos y gafas, así como al gimnasio donde pudo fortalecer sus músculos. De igual manera a sus técnicos Tirado y Diego Severo Espinoza.
El presupuesto de su participación en Sudáfrica fue de USD 3 000. Parte de ese monto lo cubrió con sus ahorros que obtiene como modelo independiente. Ella recibe USD 1 500, en promedio, por cada sesión de videos o fotos promocionando los productos de algunas empresas de la ciudad.
Está convencida que entrenarse con Bravo, a quien admira por su perseverancia en los entrenamientos, es una gran ventaja. Además, destaca la armonía que hay entre compañeros. “Siempre nos damos fuerzas y así podemos sobreponernos ante cualquier adversidad o agotamiento”.
De Elizabeth Bravo aprendió a comer saludable y a ingerir proteínas para recuperarse del esfuerzo realizado en cada entrenamiento. La alumna del cuarto año de Derecho de la Universidad del Azuay está satisfecha porque los progresos como triatleta son evidentes en los últimos dos años.
Su meta es clasificarse al Mundial de Ironman del 2019 en Francia y buscará ese cupo en el exterior, hasta julio próximo. Este año terminó segunda en Manta y no se clasificó.