La defensa a ultranza de ideologías, proyectos políticos, principios religiosos, teorías económicas o jurídicas, pese a la evidencia de que se están obteniendo resultados perversos o perniciosos, es el mejor caldo de cultivo para los peores abusos y la excusa perfecta para que los abusivos encuentren una justificación moral –aparente- para sus acciones e inacciones.
No abogo, por si alguien no llega a leer la columna completa -lo advierto aquí- en contra de las religiones, ideologías o teorías; o lo que sería lo mismo, no se trata de que las personas no puedan abrazar y defender una religión, una ideología o una teoría y, en consecuencia, organizar su vida, promover sus creencias o sus convicciones. Critico a quienes justifican acciones, situaciones o resultados evidentemente abusivos en nombre de su adscripción a cierta ideología, partido político o religión.
Es obvio que no matan, violan, secuestran, extorsionan, mutilan o explotan las ideologías, los partidos políticos o las religiones; lo hacen, en su nombre, las personas, seres humanos de carne y hueso.
Durante siglos se justificó prácticas como la esclavitud, el apartheid, el sexismo, como algo natural; quien los criticaba supuestamente estaba atentando contra un orden establecido por la naturaleza y sin importar lo trágico de la situación, lo doloroso del resultado, se decía que era algo inmodificable, fuera del control humano.
Ahora sabemos que no es así, la ideología no es resultado de la naturaleza, pero poco parece importar cuánto conocimiento acumulemos, cuánto comprendamos los fenómenos que nos rodean, que ideología, política, religión son ideas, todavía existen millones y millones de personas que sufren porque alguien les condena a vivir en la exclusión, en el abuso, en la discriminación en nombre de ideales, valores y principios.
En estos días hemos visto imágenes que retratan la miseria humana en toda su extensión. Vemos grupos armados motorizados golpeando, violando, robando, asesinando; líderes de un régimen que salen a la televisión a difundir las direcciones de vivienda de los opositores, sabiendo que esas bandas armadas están tomando por asalto urbanizaciones, barrios, edificios, casas. Simples asesinos, ladrones, criminales amparados por el silencio de intelectuales, de gente sensata, sensible, que miran para otro lado.
¿Por qué? por simpatías ideológicas; asumen que al considerar a un fin como legítimo deben callar ante los medios que superan a los fines.
Gobernantes que se llenan la boca de un discurso supuestamente humanista (“el ser humano sobre el capital”), pero callan vergonzosamente cuando un ser humano que no piensa igual es tratado como algo desechable e, incluso, son capaces de perseguir a ciudadanos intachables como los miembros de la comisión anticorrupción.
Callar ante lo de Venezuela es avalar esa violencia, los convierte en cómplices y, lo más importante, dice mucho de lo que piensan sobre los medios y los fines.