Gonzalo Sevilla Miño
En días pasados hubo un gran despliegue mediático mundial con relación al vigésimo quinto aniversario de la caída del Muro de Berlín. Fue muy interesante volver a ver las caras y las actitudes de los alemanes orientales que por primera vez atravesaron el cerco de hormigón que les tuvo cautivos por décadas. Salieron de una oscuridad absoluta a la luz que solo la libertad puede ofrecer. Salieron a respirar un aire ausente de controles y temores. Salieron a constatar que el mundo había evolucionado, progresado y llegado a superar los estragos que les causó la guerra. Se dieron cuenta que los aliados se habían repartido el mundo y a ellos les correspondió vivir con el peor de los triunfantes ganadores del conflicto mundial.
Con la caída del muro se acabó el comunismo y ese marxismo pernicioso que llevó a la humanidad a vivir en la constante zozobra que causó la Guerra Fría.
Sin embargo, en nuestras latitudes, en una suerte de muro de gigantescas proporciones, han cercado a Venezuela, Cuba, Nicaragua, Bolivia, Argentina y Ecuador, un grupo de demagogos que tratan por todos los medios de desconocer que el comunismo y el marxismo se acabaron y creen que bajo la denominación de Socialismo del siglo XXI van a sacarnos del subdesarrollo y de las consecuencias que la “larga noche neoliberal” han causado.
Unos celebran el aniversario de la salida del comunismo y aquí nos empeñamos en entrar en el cautiverio que significa esa caduca filosofía. Gonzalo Sevilla Miño