Todo aquel en que repose aunque sea un ápice de esa tan noble capacidad de sorpresa con la que fuimos dotados los seres humanos, no puede más que sentir cómo la sangre le inunda el rostro por indignación al contemplar inerme, cómo esa misma sociedad occidental que promueve y promulga los valores cristianos de libertad, amor y tolerancia, atropella milenios de evolución, celebrando la tortura y posterior muerte de un hombre cual si fuera la mayor de las victorias, o peor aún una más de las mismas. La venganza ha inundado con grotescas imágenes y más grotescos análisis la coyuntura política de los últimos días, denigrando la condición humana, endureciendo una vez más la pobre alma de quien ha tenido la desdicha de observar otra triste confirmación de lo mismo de siempre; la venganza como política de Estado y peor aún la irresponsable ligereza con la que justificamos la barbarie. Debe esto servirnos como materia de reflexión; es menester de todo buen hombre afrontar los sucesos y no callar jamás.