No soy aficionada taurina, pero me intereso de la presente controversia sobre las corridas de toros en el Ecuador. Al respecto, se ha intentado argüir que las corridas serían un producto de una nostalgia imperialista, propia de élites y ajena a un sano espíritu americanista. Es importante recurrir a la historia –esa gran olvidada– para apreciar la ironía inherente a tales argumentos.
Dos figuras impecablemente americanistas –Simón Bolívar y Eloy Alfaro– no tuvieron reparo alguno en apreciar el arte de la tauromaquia. De Bolívar, se conocen de cartas en las cuales este narra corridas efectuadas en su honor. Alfaro no consideró inconveniente el incluir festejos taurinos como parte de los festejos por la inauguración del ferrocarril. De hecho, hay un memorable relato, de hechos reales, donde un gran autor estadounidense -enemigo de los toros – presenta a Alfaro en un palco de la plaza, junto con sus hombres de confianza.
Aún más paradójico es recordar que los festejos taurinos ya fueron prohibidos totalmente en el Ecuador, en el siglo XIX. Se los acusaba de ser una costumbre bárbara, propia del gusto de las clases sociales más bajas. Al origen de la prohibición estuvo el presidente Juan José Flores, quien más tarde intentaría, como se sabe, la restauración del régimen monárquico en nuestro país.
Otro destacado antitaurino, Gabriel García Moreno, se fijó por misión convertir las plazas en parques. Menciona al respecto José Modesto Espinosa, con involuntaria y visionaria exactitud, cómo las corridas de toros “fueron costumbre característica de nuestro primer Estado: vino la barbarie garciana, ¡y adiós corridas de toros!, degeneró la República”.