El mundo se encuentra alerta en relación al coronavirus, desde Asia nos llegan noticias de los miles de afectados y millonarias pérdidas económicas. Las vidas están en riesgo y la preocupación es latente.
Aquí al otro lado del mundo, buscando formas de protección hemos procurado tener desinfectantes a la mano, mascarillas y mantenernos informados. Y en este panorama, me pregunto, ¿cómo se enfrenta una situación de este tipo? Muchos gobiernos han optado por imponer mayores restricciones migratorias a ciudadanos asiáticos y específicamente, a chinos. De hecho, ante la rápida propagación del virus, los flujos migratorios se modifican, mutan, se detienen pero aun así, el virus no conoce de fronteras. Por lo tanto, los gobernantes están llamados a buscar soluciones eficaces y el tiempo apremia. Sin embargo, el diálogo y la participación no están abiertos para todos, pues a pesar de ser una emergencia que nos alarma, hay intereses que han logrado excluir a algunos. A la llamada “isla rebelde”, la República China Taiwán, el territorio que se le salió de las manos a China. Fue expulsada en 1971 de la ONU y ahora, no se le permite participar en las reuniones técnicas con la OMS. Sin embargo, con o sin el respaldo de la OMS, el gobierno de Taiwán liderado por su presidenta Tsai Ing-wen debe velar por precautelar la seguridad sanitaria de sus 23 millones de habitantes. Incluso ante una amenaza de nivel pandémico, los intereses políticos de ciertos países imperan antes que la seguridad y salud de millones de personas.