Nostalgias y sentimentalismos
Es necesario distinguir con claridad cuáles son las necesidades de un país. El camino hacia el progreso y la prosperidad no transita ni por la nostalgia ni por el sentimentalismo.
Podemos tener nostalgia, de hecho, todos la tenemos, y podemos ser sentimentales, que también lo somos todos. Son sentimientos hermosos y deben ser manejados como lo que son: sentimientos personales y motivadores de relaciones interpersonales.
Cuando tratamos de proyectar esos sentimientos personales como una imposición a la sociedad, nos enfrentamos a un dilema: o prevalecen los sentimientos personales sobre todo lo demás, o, elegimos el camino al progreso y a la prosperidad. Esta segunda posibilidad implica el poner los pies sobre la tierra y evaluar los beneficios generales y el curso de la sociedad en la que vivimos.
Cuando las nostalgias y los sentimentalismos tocan temas que involucran los ingresos que benefician a toda una sociedad, entonces estamos frente a la imposición de sentimientos particulares sobre las necesidades de la sociedad. Esta lucha visibiliza la diferencia entre los fanatismos y las ideas claras. Y, un país, necesita de ideas claras para avanzar.
La consulta sobre el Yasuín es una clara demostración de la mezcla entre nostalgias y sentimentalismos: los defensores de mantener el crudo bajo tierra, con la idea de preservar las especies naturales que en ese parque existen, y preservar también el medio ambiente, es una buena idea sentimental y nostálgicamente hablando, pero en la práctica se transforma en una desconfianza en el avance tecnológico y en los conocimientos de la ingeniería. Igualmente, la reactivación de una consulta hecha hace más de diez años, por parte de una corte constitucional divorciada de la realidad y de las necesidades de la sociedad, cegada por afinidades entre legales e ideológicas, dictó la condena a suspender la explotación del petróleo que, de alguna manera, influye en el desarrollo del país.
Lo mismo ocurre con la explotación minera en el chocó andino: lo racional es velar por que las actividades extractivas sean amigables con la naturaleza, en los dos casos, y, hoy, la tecnología lo garantiza. Los movimientos ambientalistas que plantearon estas preguntas se quedaron en la época del taparrabos, y si utilizaran ese entusiasmo para velar por la correcta extracción, con el cuidado suficiente, estarían colaborando con el país.
Pero para eso se necesita de otro tipo de conocimientos que se imparten en los estudios de ingeniería, en las investigaciones de las universidades, algo que algunos desecharon y se fanatizan con una sociología intransigente.
El resultado de las dos consultas anti extractivistas va a tener un profundo impacto en la economía del país.
Sinceramente considero que los movimientos ambientalistas deben evolucionar con el desarrollo tecnológico, y no puedo dejar de mencionar, al calor de los resultados electorales para la conducción política del país, que las nostalgias y sentimentalismos en este campo, también deben evolucionar, y, pasar de propuestas de “ya lo hicimos” a “lo vamos a hacer de esta manera”.
Las dos posiciones nostálgicas y sentimentales, deben ser archivadas, pues si imperan de ahora en adelante, caminaremos a vestir taparrabos.
José M. Jalil Haas