Las universidades en EE.UU., Canadá y otras naciones desarrolladas se encuentran bajo ataque. Con frecuencia creciente, grupos de estudiantes de distintas identidades sociales impiden con violencia la libertad de expresión de científicos, filósofos y pensadores. La estrategia de estos grupos radicalizados, que actúan al interior de la academia, suele ser la de convertir la compasión en un arma. Al victimizarse y declarase ofendidos por las palabras, su estrategia es coartar el pensamiento e imponer su propia agenda. Para poder pensar, uno debe arriesgarse a ser ofensivo. Hablar con la razón requiere pensar y restringir las posibilidades de hablar requiere entonces la imposibilidad de pensar y razonar. La libertad de expresión debe tener la posibilidad de ofender, de provocar, de cuestionarnos quienes somos y, en el periplo, demostramos a nosotros mismos si somos lo suficientemente razonables para salir fortalecidos. Las palabras pueden ser ofensivas con razón o sin ésta, pero ocultarlas es pretender ocultar la existencia del mal, no es la mejor estrategia para vencerlo. Jordan Peterson, profesor en humanidades y referente del pensamiento occidental actual, identifica en las ciencias sociales, a las cuales las declara muertas, el origen del ataque a las universidades. Según Peterson, las humanidades se han convertido en un campo de juegos para marxistas radicales y postmodernistas que poco aportan al desarrollo.