Diez años atrás el planeta acababa de sufrir una crisis financiera sin precedentes. Con bancos quebrados, miles de despidos y la confianza en el sector financiero por los suelos, el mundo intentaba asimilar el golpe y mirar hacia el futuro con algo de optimismo.
El desprestigio que vivía el sistema monetario tradicional, con una élite bancaria que imponía las reglas, fue el escenario que dio paso al surgimiento de lo que hoy conocemos como criptomendas. Y allí estuvo en primera línea el bitcóin, la primera moneda virtual descentralizada.
En palabras sencillas, las criptomonedas permiten efectuar pagos en línea, entre personas, sin pasar por ninguna institución financiera.
El escepticismo y las dudas no tardaron en aparecer. El Banco Central Europeo lanzaba advertencias. Al otro lado del Atlántico, la Reserva Federal de Estados Unidos celebraba el potencial de la moneda virtual. Pocos se animaron a hacer pronósticos.
En octubre del 2009, un año después de su creación, el bitcóin valía 0,00076 dólares, casi nada. Con el tiempo su valor se incrementó y en diciembre del año pasado esta criptomoneda llegó a su pico: se cotizó en 19 500 dólares. Fue una burbuja que explotó a inicios de este año y estos días la cotización está en alrededor de 6 450 dólares.
En esta década, el concepto que teníamos sobre las monedas cambió para siempre. Evolucionó gracias a la tecnología y en medio de un contexto global económico lleno de incertidumbre y desafíos.
Hoy se cuentan cerca de 2 000 criptomonedas en todo el planeta y la transformación del sistema monetario no tiene vuelta atrás.
Los defensores de este nuevo modelo hablan de mayor libertad. Pero los críticos señalan que el sistema está centralizado en pocas manos y que requiere una estricta regulación.
Las dudas crecen, los bancos miran con cautela, la gente se familiariza con el concepto y el planeta entero mira cómo la tecnología, nuevamente, cambia el orden establecido.