Fernando Larenas. Editor General
Todo estaba listo, la Unasur debía condenar la instalación de bases estadounidenses en Colombia, pero apareció la voz sensata del estadista, del luchador de grandes batallas, del obrero que llegó al poder pese a que todo estaba en su contra. Aquí estoy yo, dijo Lula da Silva, el presidente de Brasil, el hombre que no concibe un diálogo sin interlocutores.
Discutir sobre bases militares de Estados Unidos en Colombia sin la presencia de Obama (el presidente de la mayor potencia mundial) resultaba inconcebible. Para Hugo Chávez y para Evo Morales era normal.
Y como las buenas ideas casi siempre son contagiosas, surgió la voz de Cristina Fernández para convocar a una reunión con la presencia de Álvaro Uribe, el mandatario de Colombia, el gran ausente de la reunión de Quito. La política argentina invocó a dejar de lado la hostilidad.
En medio de ese discurso, el flamante presidente de la Unasur, Rafael Correa, intervino para sugerir que la sede del encuentro sea Buenos Aires. La paz entre las naciones es una herramienta eficaz para luchar contra la desigualdad social.
Chávez insistía en invocar “vientos de guerra” que supuestamente soplan en Latinoamérica. Su discurso histriónico fue opacado por la sensatez y el equilibrio de sus colegas. Lula arguyó razones internas para regresar a Brasil; la Folha de Sao Paulo cree que el líder del PT se fue para evitar más polémica.