‘Mi esposa no alcanzó a activar la alarma silenciosa. Cuando estaba a punto de presionar el botón de pánico, sintió una pistola en la cabeza’ .
El relato es de Julio D. (nombre protegido). Hace 90 días, su vivienda fue asaltada en el sector de la Morita, al nororiente de Tumbaco. Dos mujeres y tres hombres jóvenes se llevaron joyas y aparatos electrónicos valorados en alrededor de 10 000 dólares.Según Julio D., los desconocidos aprovecharon que el muro del cerramiento de la vivienda era bajo (dos metros de altura) y se podía saltar sin problema.
“Mi esposa vio cuando los delincuentes entraron. Corrió a la cocina, pero enseguida la detuvieron y amedrentaron con un arma”.
En la casa, también estaba su hija, suegra y la asistente doméstica con una niña de seis años. “A la persona que nos ayuda con la casa la ataron con cuerdas que ellos mismo trajeron”, relata Julio D. “A mi esposa e hija, en cambio, las subieron al cuarto. Con cuchillos cortaron las sábanas y con las tiras las amordazaron. Eran apenas las 20:30”.
Según la Policía, el robo a domicilios a variado en los últimos tres años. Antes, los asaltantes esperaban a que las personas dejen solas las casas para ingresar en la madrugada, para no ser detectados. Sin embargo, ahora, prefieren actuar cuando hay personas dentro.
Héctor Hinojosa, jefe del Regimiento Quito N°1, sostiene que los ‘robacasas’ perdían tiempo al ingresar al domicilio y buscar los objetos de valor. “Cuando tienen gente, especialmente mujeres, las obligan a decir dónde exactamente están las joyas o la caja fuerte y eso les da mayor tiempo para huir”.
Además, antes ingresaban a los domicilios dos o tres ‘ladrones comunes’ que no contaban con recursos ni armas sofisticadas. En la actualidad existen bandas organizadas conformadas hasta por 15 personas. Y tienen acceso a la compra de armas de asalto.
La esposa de Julio D. alcanzó a observar que los asaltantes que ingresaron a la casa tenían pistolas automáticas negras, con alimentadoras. Las más comunes en el país son las Glock, de calibre 9 milímetros, que en el mercado formal pueden costar alrededor de 2 000 dólares.
“Eran jóvenes; no más de 25 años. Vestían zapatos de goma, ‘jeans’ y busos. Me pidieron las joyas y les entregué un cofre. Creo que eso los tranquilizó”.
Luego, los desconocidos revisaron los cajones de los dormitorios, armarios y colchones. Se acercaron a un anaquel que estaba repleto de libros para buscar dinero entre las páginas de las novelas de literatura, pero no lo hallaron.
Entonces, escucharon el ruido de una alarma comunitaria. La asistente doméstica había aprovechado un descuido de los asaltantes para soltarse las cuerdas. Activó la sirena y los delincuentes salieron del lugar. Tenían una camioneta Hilux nueva, de color blanca, estacionada en la entrada de la vivienda. Huyeron en ella.
Los vecinos del lugar habían observado la camioneta, pero creyeron que se trataba de la visita de un familiar de Julio D. Según él, en este año, otras tres viviendas han sido asaltadas en el mismo sector y en circunstancias similares. Según la Dirección Nacional de la Policía Judicial, entre enero y abril hubo 3 665 robos a domicilios en el país. La mayoría se registraron en Pichincha (863). Le siguen Guayas, con 832; Manabí, con 254 y Loja con 184 asaltos.
Hinojosa asegura que la falta de comunicación entre los vecinos facilita el robo de un domicilio. “Hay sitios en donde casi ni se conocen. Se ha perdido ese sentido de comunidad y también hay egoísmo. No nos interesamos por lo que hace el otro”.
En Quito se impulsa desde el Municipio un proyecto para que los habitantes pueden organizarse y prevenir robos. La Policía Comunitaria colabora y dicta charlas sobre seguridad. Recomiendan el uso de alarmas comunitarias y el intercambio de números de teléfono entre los vecinos de cada cuadra o condominio para estar pendientes ante una eventual situación de riesgo.
También tener a la mano en casa los números de teléfono de los organismos de auxilio y seguridades especiales dentro y fuera de la vivienda (ver infografía).
La denuncia también es un requisito para que la Policía y la Fiscalía pueda actuar y detener a los responsables de un delito. Julio D. dice que la presentó un día después de ocurrido el asalto. “Fui a la Policía Judicial y me encontré con unas 80 personas esperando su turno. Hablé con la mayoría y por lo menos unas 20 estaban por la misma razón: robo a casas”.
La investigación está abierta en la Fiscalía de Pichincha, pero aún no arroja resultados. Para evitar que un nuevo robo se registre, JulioD. optó por tomar sus propias normas de seguridad. Colocó una cerca eléctrica en los muros e intercambió números de teléfono con sus vecinos. “Ahora reaccionamos ante cualquier cosa sospechosa que ocurre. Si se escucha un ruido en otra casa o se ve algo sospecho enseguida llamamos para comprobar que todo esté bien”.
También se fija más en el entorno. Julio D. asegura que antes del robo aparecieron en la pared de su domicilio ‘graffitis’. “Era como un hongo gigante de color robo. En la Policía Judicial dijeron que a veces las pandillas los utilizan para marcar el sitio donde van a robar. Además, pocos días antes los vecinos habían visto a la camioneta blanca merodeando por el lugar”.
Julio D. asegura que aún no recupera las pérdidas del robo. Sin embargo, agradece a Dios que su familia haya salido ilesa del asalto. “Creo que las mujeres que estaban entre los ladrones ayudaron para que no le hagan nada a mi hija y a mi esposa. El sentimiento que a uno le queda luego de una experiencia como esas es de impotencia e inseguridad”.
Incluso él ha pensado en comprar un arma para defenderse de cualquier amenaza. En el país, desde el año pasado, está prohibido portar cualquier tipo de arma. El ministro del Interior, Gustavo Jalkh, dijo que la medida busca combatir los índices de inseguridad. Además, “que tener un arma no es sinónimo de seguridad”.
Hinojosa agrega que la mayor parte de accidentes ocurren porque las personas no saben utilizar las armas y porque no están preparadas emocionalmente para usarlas. “Los ladrones a veces las usan contra los propios dueños”.