Soldados de la Brigada de Fuerzas Especiales Patria se preparan en paracaidismo. Foto: Archivo Vicente Costales / EL COMERCIO
Era el 25 octubre del 2013. Este Diario llegó a la Brigada de Fuerzas Especiales Patria y vio cómo soldados élite se preparaban en paracaidismo. A las 11:38, el C-212 volaba a
15 500 pies de altura y desde ahí los soldados se lanzaron. Previamente reciben un entrenamiento riguroso.
A continuación reproducimos la crónica que ese año publicó este Diario:
La rampa de carga de la aeronave C-212 se abre y los siete paracaidistas de la Brigada de Fuerzas Especiales Patria empiezan a saltar. Extienden los brazos hacia los lados y se clavan entre las nubes blancas del cielo latacungueño.
En cinco segundos, el pasillo del avión queda vacío y allí solo se escucha el ruido potente del motor.
Es jueves 25 de octubre. A las 11:38, el C-212 vuela a 15 500 pies de altura (4 724 m). Abajo solo se logra divisar extensos pastizales de tonalidades verde y café oscuro.
Las viviendas parecen decenas de cajas diminutas. 20 minutos antes, los siete militares se preparaban en una zona del Aeropuerto Internacional de Cotopaxi.
Revisaban que sus equipos estuvieran completos: botella de oxígeno, guantes, orejeras, mochila con paracaídas, GPS, altímetro, casco y un fusil de asalto HK.
Ese proceso dura al menos 10 minutos y siempre es riguroso. Antes de abordar la aeronave otro grupo de uniformados revisa por segunda vez a sus compañeros.
Inspecciona la mochila y comprueba que los arneses estén enganchados al torso y a la cintura de los paracaidistas. Un golpe en la mochila y el grito “buen salto mi comando” son las señales de que los soldados están listos para volar.
El jueves, dos grupos de siete paracaidistas cada uno hicieron una demostración de sus destrezas. Tras el salto desde la rampa de carga, los boina roja, como también se conoce a los militares de la Brigada de Fuerzas Especiales, tienen entre 10 y 30 segundos para moverse libremente.
En ese tiempo, los uniformados descienden a 120 km por hora y luego de abrir su paracaídas, la velocidad se reduce a la mitad.
A las 11:30, el C-212 ya alcanza los 15 500 pies de altura. Durante el vuelo, la actitud de los siete uniformados no es la misma.
El cabo Velásquez permanece en silencio y mira el horizonte. El capitán Fuertes es el maestro de salto, él está de pie e instruye al equipo. El capitán Ayala mueve la malla roja que cubre la ventana del avión y contempla el cielo…
En los segundos previos al salto, el ruido potente del motor se mezcla con las risas de los militares. En sus rostros no hay un solo gesto de temor.
11:38, el conteo regresivo empieza: 5, 4, 3, 2,1 y los boina roja saltan uno tras otro. Parece tan fácil como clavar se en una piscina.
El duro entrenamiento
El coronel Alejandro Romo falleció el 11 de agosto del 2009. Tenía 86 años. Antes de morir pidió a su familia que lo enterrara en la Brigada de Fuerzas Especiales. “Siempre fue su deseo”, relatan los soldados que lo conocieron.
Romo, el primer paracaidista de la historia, incluso vivió sus últimos años en una pequeña villa en forma triangular que solo contaba con una sala y un dormitorio en el recinto militar de Latacunga.
Sus restos son los únicos que hoy reposan en el Cementerio de los Héroes. Pero a su alrededor también hay 32 cruces clavadas en la tierra, que, en forma simbólica, rinden homenaje a los 32 militares que murieron en la guerra del Cenepa en 1995.
La Avenida de la Inmortalidad, donde está el cementerio, es una calle emblemática con un kilómetro de largo. Allí se guarda el armamento que fue utilizado en el enfrentamiento con Perú: un
avión de la FAE, el helicóptero de combate Gazelle, ametralladoras antiaéreas y un tanque de fabricación norteamericana.
En la mitad de la avenida se levanta un cráneo a gran escala con los ojos pintados con colores negro y rojo.
La nariz hace las veces de dos puertas pequeñas que solo se abren cuando se realizan rituales simbólicos para dar la bienvenida a los soldados que terminan el curso y se gradúan como paracaidistas.
Ese espacio se denomina la legión de la vieja calavera. Los boina roja dicen que esa imagen representa uno de sus principios básicos: no te muera la muerte.
Ellos aseguran que en la Brigada de Fuerzas Especiales el miedo o el vértigo son palabras que no están dentro de su vocabulario.
El 29 de octubre de 1956, cuando el general Romo solo era capitán, se juntó con otros 35 militares y se lanzaron por primera vez desde una aeronave.
De hecho, en Muey, una pequeña población ubicada en Salinas, provincia de Santa Elena, los habitantes más veteranos aún recuerdan el aterrizaje de los soldados con paracaídas enormes y conforma de hongo.
Desde esa fecha hasta hoy, la preparación de los boina roja ha cambiado. En esa época, el entrenamiento de salto y rodada, pasos básicos del paracaidismo, se hacía desde un camión en movimiento.
Los militares, equipados con una mochila de entre 30 y 60 libras de peso se trepaban en el cajón de madera del vehículo y saltaban de espaldas hacia el piso.
Ahora, los soldados practican esos mismos pasos en un canchón ubicado en el ala sur de la Brigada de Fuerzas Especiales. Los instructores revisan minuciosamente que los alumnos cumplan a la perfección cada paso.
Los puntos de apoyo corporal a la hora del aterrizaje se concentran en los pies, pantorrillas, glúteos, muslos y espalda.
El entrenamiento de salto también se profesionalizó. En los inicios, los militares improvisaban desde un árbol los descensos a tierra.
Ahora hay una torre de cemento que mide 17 metros. Desde allí los practicantes se lanzan al vacío equipados con arneses, cascos y un cabo de vida, que evita las caídas.
El jueves, poco antes de las 11:50, el primer grupo de paracaidistas que saltó a las 11:38 ya sobre volaba la zona de impacto de la Brigada de Fuerzas Especiales.
Desde ese espacio, a los boina roja se los ve como moscas con un hongo gris encima. Les toma cerca de cinco minutos llegar a tierra: lo hacen de forma tan silenciosa que el impacto de la botas con el piso apenas se escucha.
La discreción en el vuelo y en el aterrizaje es parte del ensayo. De hecho, su preparación consiste en infiltrarse en territorio enemigo de forma invisible en época de guerra.
Actualmente una de sus tareas principales es la protección de la soberanía del Estado.
Los militares tocan tierra y, dos segundos después, el paracaídas en forma de hongo se extiende sobre el sitio donde termina el descenso. Los soldados recogen el equipo y corren otra vez hacia el aeropuerto de Cotopaxi. En la pista les espera la aeronave C-212.