El personal tiene un manual para saber cómo proceder con fallecidos en casas y calles. Foto: EL COMERCIO
La operación comienza con una llamada de emergencia al ECU-911. Las alertas por la presencia de un cadáver se encienden y los operadores de esta central telefónica piden a los policías que trabajan en los barrios que acudan a la dirección y constaten si el hecho es real. Los agentes monitorean con vecinos o familiares y recaban datos para verificar si el fallecido tenía síntomas de covid.
Si la respuesta es positiva,el equipo que levanta cadáveres en casas y calles se activa y se traslada al lugar. Son siete personas: un fumigador, dos trabajadores de una funeraria, un médico que verifica si el deceso se produjo por coronavirus o no, y tres peritos de Criminalística que verifican la identidad del fallecido.
En un formulario de registro, custodia y transferencia se deja constancia de cuáles fueron los especialistas a cargo del levantamiento de los cuerpos y qué acciones ejecutaron.
Todo está normado por el denominado ‘Protocolo para la manipulación y disposición final de cadáveres con antecedente y presunción covid-19 extrahospitalario’. Así se evita que los cuerpos se extravíen o que haya confusión en la identidad de las víctimas.
El trabajo se coordina desde un chat formado por los responsables de la Empresa de Gestión de Residuos Sólidos, Ministerio de Salud, Criminalística y Policía; y el Comité de Operaciones de Emergencia despacha al personal.
Este Diario habló con cuatro de ellos y aquí presentamos sus testimonios:
Christian Morales, trabajador de Funeraria Las Gardenias: ‘Veo cómo aumenta el número de fallecidos’
Desde hace cinco años trabajo en servicios exequiales y ahora veo cómo aumentan los fallecidos cada semana. Hay protocolos que se deben respetar. Tomamos el cuerpo que se encuentra en una bolsa y lo colocamos en un féretro. Ahí lo fumigamos. Tapamos y embalamos todo con cinta. El cofre lo llevamos al vehículo y luego al crematorio o al cementerio, según amerite. El trabajo es duro. Hace un mes bajamos un cuerpo de un edificio de la Cuero Caicedo y Ulloa. No pudimos usar el ascensor y ocupamos las gradas. El 21 de julio levantamos otro cuerpo en Guamaní. Tuvimos que recorrer 30 metros con el féretro por un pasaje angosto. Nadie nos puede ayudar. Todos deben estar lejos por seguridad.
Wilson Chango, fumigador de la Emgirs: ‘Espero no contagiar a mi esposa y a mis hijas’
La primera vez que entré a fumigar una casa en donde estaba un muerto por covid-19 tuve mucho miedo. Era una vivienda humilde, en El Beaterio (sur). Mis piernas temblaban. Esa noche pedí a Dios que me protegiera, pero poco a poco he perdido el miedo al contagio. Nunca he trabajado en esto, pues era reciclador en Zámbiza. Pero hace dos meses se abrió la oportunidad de laborar como fumigador y hoy soy parte de los equipos que recogen a víctimas del coronavirus. Hay que tener mucha precaución. Uso dos trajes de protección, máscara, guantes y botas. Antes de empezar, a mí también me desinfectan y sigo. Fumigo todo, incluido el cadáver. Siempre estoy orando y solo espero no contagiar a mi esposa y a mis dos hijas.
José Ricardo Asan, médico que certifica la causa de la muerte: ‘Verifico si una persona murió o no por covid’
La pandemia es un desafío para todos y las circunstancias me pusieron aquí, a verificar si una persona murió o no por covid-19. La gente se asusta, pero no todos los decesos son por el virus. Hace tres semanas tuve un caso de muerte por envenenamiento, en El Inca. El fallecido tenía la lengua hinchada, espuma en la boca y los ojos desorbitados. En otro procedimiento, el cuerpo estaba en la calle; fue apuñalado. En esos casos tiene que llegar la Dinased. La persona que muere con covid suele tener la boca abierta debido a la desesperación por respirar. Encuentras manchas en la piel, una especie de ronchas. Otras lesiones por microinfartos son moretones a nivel del pecho. Reviso el cuerpo parte por parte.
Manuel Pazmiño, perito de Criminalística‘Es nuevo levantar tantos cadáveres’
Lo que se vive en estos días es fuerte. Por ejemplo, el 29 de abril llegamos a una casa cerca del exaeropuerto de Quito. Al entrar vimos que el cuerpo tenía al menos tres días en descomposición. Luego supimos que el hombre vivía solo, porque se había separado de su mujer y sus hijos no lo visitaban. Dos amigos del fallecido dieron la alerta, porque estaban preocupados ya que no contestaba. La cara estaba irreconocible. Revisamos los documentos, pero no podíamos confirmar el rostro. Nuestro trabajo es evitar que se entierre o se creme a una persona con la identidad errada. ¿Que si tengo miedo? Sí, aunque estamos entrenados. Pero también es nuevo tener que levantar tantos cadáveres en esta pandemia.