El jueves 23 de julio de 2020, a las 10:00, los comandos se alistaron para ejecutar un ejercicio para el desarrollo de operativos en Quito. Foto: Julio Estrella / EL COMERCIO
Mayo de 2020 apenas comenzaba y un grupo de comandos élite del Ejército, asentado en Latacunga, recibía una orden de operaciones: debía viajar a Quito para controlar las aglomeraciones que poco a poco crecían, pese a las restricciones por el coronavirus.
Era la primera vez que las Fuerzas Especiales Nº 25 actuarían en la capital por la crisis sanitaria. Pero desde el estallido de la pandemia estaban en las calles latacungueñas.
El Grupo Especial de Comandos (GEK), en cambio, se trasladó a Guayaquil el 30 de marzo, cuando esa ciudad atravesaba la crisis más fuerte.
El problema sanitario cambió la rutina de estos cuerpos especiales. Están preparados en paracaidismo, contrainsurgencia, rescate en emergencias, conflicto armado.
Hoy tratan con comerciantes que se aglomeran en las esquinas, con vecinos que no cierra los locales pese al toque de queda o con quienes consumen licor en espacios públicos.
Tienen formación en uso progresivo de la fuerza y en derechos humanos, pero a inicios de junio, policías les enseñaron a conversar con las personas, a pedir que se retiren y que cumplan las disposiciones vigentes.
“Una cosa es el comportamiento de los militares, por ejemplo, contra grupos irregulares; y otra, patrullar una ciudad”, dice el comandante del Grupo 25, Gabriel López.
En los dormitorios, las camas de los soldados fueron ubicadas a dos metros de distancia para evitar contagios. Foto: Julio Estrella / EL COMERCIO
Saben que primero solo deben observar lo que ocurre, luego pueden tener contacto físico con los agresores y podrían llegar al uso de las armas no letales de las que disponen.
Eso practican con frecuencia. El jueves lo hicieron al mando del teniente Jaime Tirado. Ese día, este Diario llegó a la Brigada Patria, en Latacunga, para ver cómo es la rutina de soldados élites de FF.AA.
05:00. El sonido de una trompeta anuncia el inicio de las tareas. En la habitación todo queda listo: cama y vestimenta.
Carlos Andrade ocupa esos espacios. Es cabo segundo y tiene siete años como comando. Sentado al borde de su cama, pide a Dios que lo proteja a él y a sus padres. Con ellos solo ha tenido conversaciones por viodeollamadas. Reza por su esposa y su niño de 1 año y 5 meses y continúa el trabajo.
Todos se cuidan. La idea es mantener la distancia. Todas las actividades físicas las realizan con mascarillas. Tratan de que no haya más soldados contagiados con coronavirus.
Desde que iniciara la emergencia, el 16 de marzo, se reportan 50 comandos afectados. El cabo David Proaño enfermó mientras patrullaba en Latacunga. Se sintió débil cuando salió franco. Recuerda que viajó a Quito, a su casa, y perdió los sentidos del gusto y del olfato. Tuvo fiebre y dolor en los ojos. A los tres días, la prueba PCR confirmó el virus.
Hace 15 días regresó a sus tareas y asegura estar bien.
A las 08:30, los militares desayunan en el comedor de la Brigada, en donde también se conserva el distanciamiento. Foto: Julio Estrella / EL COMERCIO
Luis Catota, en cambio, falleció. Era sargento y laboraba en el área administrativa de la Brigada Patria. Se lo despidió con honores. La familia recibió las cenizas y un oficial entregó la bandera y una distinción.
Todos recuerdan esa escena. En el comedor lo comentan. El desayuno de ese día es arroz, seco de carne, pan, café y jugo.
Solo dos soldados se sientan en cada mesa. En las paredes, con carteles informativos se pide guardar distancia. En los pisos existen señales para mantener el espacio necesario.
Antes de la comida hay que cumplir trabajo físico: ejercicio con fusil en mano, flexiones y 12 kilómetros de carrera.
Richard Simbaña, un cabo segundo del Ejército, trabaja con el grupo. “Al inicio era difícil hacer todo esto con la mascarilla puesta, porque hay dificultad para respirar, pero ya nos acostumbramos”.
El coronel Patricio Guadalupe comanda toda la Brigada Patria y sabe que el personal “está preparado para misiones de alta peligrosidad”.
Por eso se entrenan para poder actuar en las parroquias más conflictivas de Quito.
Antes de iniciar la simulación, el teniente Tirado pide no responder con violencia ante cualquier reacción y advierte que la misión “es neutralizar y entregarlos a la Policía”. Así actuó la semana pasada en Chillogallo, Guamaní y Quitumbe. Encontró gente en discotecas y en fiestas clandestinas.
Hay ocasiones en que los libadores han tratado de agredirlos. La estrategia es ir en grupos de 20 a cada sector.
Cada grupo opera con dos marcadoras que lanzan bolas de pintura, escudos, dos escopetas para lanzar gas y dos para perdigones. Así tratan de reducir los efectos del coronavirus.
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