Alguien podría decir que en el Día del Amor (14 de febrero) es impertinente reseñar la obra de un autor como Rubem Fonseca, precisamente ideólogo del no amor, del no romanticismo, del no compromiso de pareja, del sexo como única realidad tangible entre un hombre y una mujer.
Pero alguien también podría decir que el tema es oportuno, pues hay tanta gente que transita por la vida cargando un pesado fardo de desilusión, engaño, desesperanza, frustración, miedo, baja autoestima. Todo porque esa gente ha sido víctima (o se siente) del más violento desamor.
¿Qué son el amor o el desamor? ¿Cuáles son los límites entre el amor sexual y el amor romántico? ¿Hasta qué punto lo que realmente buscamos los hombres en las mujeres es amor, en su dimensión más espiritual, o somos incapaces de sostener una relación que trascienda las relaciones del cuerpo y el deseo?
Rubem Fonseca esbozaría una tímida y profunda sonrisa si se le presentaran las inquietudes de ese alguien que considera irreverente e inapropiado hablar del no amor o los aplausos de ese otro alguien que pretende mirar en esa temática una reinvindicación de su dolor.
Porque ni Rubem Fonseca ni nadie pueden pretender saberlo: cabe, únicamente, buscar, seguir buscando y armar el rompecabezas de la conducta afectiva personal con los escasos fragmentos de verdad que andan repartidos, a veces ocultos, otras sutiles, en nuestras propias sensibilidades e insensibilidades.
En la contratapa de ‘Historias de amor’, el traductor colombiano Elkin Obregón dice que se puede esperar cualquier cosa de una colección de cuentos de amor de Rubem Fonseca:
“Cualquier cosa capaz de exacerbar los límites comunes de esa palabra (amor) hasta llegar -siempre, inevitablemente- a rozar los dominios de la muerte, del asesinato, de la más hirsuta y temible corporalidad y del placer más impune”.
En boca de sus personajes masculinos, la mayoría de ellos irónicos, cínicos, pragmáticos, poco tiernos y nada románticos, Rubem Fonseca entremece y sacude a sus lectores (y lectoras) con afirmaciones, pensamientos y reflexiones que configuran una extraña filosofía del no amor:
“El que solo ve películas buenas no sabe lo que es el cine (…). Así son las relaciones entre marido y mujer. No hay marido que no haya alimentado ese sueño: matar a su mujer”. (En ‘Carpe Diem’).
Pero en lo profundo de esos personajes cínicos, incluso crueles y excesivamente prácticos, se esconde un miedo al rechazo, un temor al compromiso, una fobia al fracaso. Por eso, para ellos, es mejor no abrir las puertas a la ternura, al deleite espiritual como eco más hondo del deleite físico.
En el relato ‘Carpe Diem’, luego de hacer el amor, ella comenta:
“-Estoy gozando. Tú gozas. Me encanta verte gozando, el tren pasándote por encima”.
Pero él responde:
“-El goce es un accidente temporal. No lo valorices”.
Está claro que el hombre, según expresa, intenta amurallarse para no sentir, para no responsabilizarse, para no tirar anclas y quedarse en ese puerto.
Una lectura panorámica de la obra de Fonseca -esta vez centrada en sus historias de amor y de pareja, deja la percepción de que el hombre se jacta de vincularse a su pareja momentánea (siempre coyuntural, de paso) porque es incapaz de proponer relaciones trascendentes.
En ‘Informe de Carlos’, el personaje masculino está desencantado porque ha hecho todo por Norma y ella termina abandonándolo. Este es uno de los pocos protagonistas de Fonseca que se mira del otro lado, es decir, desde la víctima. ¿Qué concluye este personaje? Que las mujeres “te van tirando soga hasta ahorcarte”.
Decenas de relaciones fugaces recorren la obra de Rubem Fonseca. Relaciones aparentemente fáciles, simples, de sentimientos neutros, sin ningún contrato afectivo, con el orgasmo como único objetivo.
Enfrentados a sí mismos, a la necesidad de poner freno al vértigo y parar la búsqueda de un placer que se regodea en sí mismo y en las urgencias fisiológicas y existenciales básicas, los hombres vamos dos pasos atrás de la mujer en nuestro desarrollo afectivo.
Somos más machos, pero menos racionales (es decir, más animales).
En ‘Diario de un libertino’, Fonseca resume así su teoría: “Los hombres nacemos con un veneno en la sangre, la testosterona. Gracias a esa debilidad genética, el macho tiende a la extinción”.