Toda la vida de la familia Núñez se resume ahora en dos carpas, cuatro mesas y una docena de sillas. El
desbordamiento del río Pilaló dejó a estos herederos de algo más de 50 años solamente con la ropa que llevaban la tarde del 31 de enero, cuando ocurrió la tragedia.
“Fuimos un poco confiados, hubo gente que venía de arriba que decía que el río estaba crecido”, dice Lorenzo Núñez, uno de los afectados. Cree que si hubieran actuado con rapidez, hubiesen podido rescatar algo de ropa, muebles o cualquier posesión material. “Pero estamos vivos”.
Las mesas y las sillas son donación de personas solidarias que llegaron con ayuda una vez conocida la tragedia. La historia de las carpas es diferente, una persona volvió, nueve días después del desastre, para entregarlas al darse cuenta que la familia no tenía donde dormir.
“Hasta eso, dormíamos a la intemperie”, relata Esthela, hermana de Lorenzo. Cubiertos de ponchos, cobijas y en los colchones que recibieron de donación, intentaban conciliar el sueño en la cancha de uso múltiple. Pero era una misión imposible.
“Qué se va a poder dormir con el miedo de que el río vuelva a llevarse lo que dejó”, sostiene Esthela. Las noches se pasaban en vela, haciendo guardia entre las 14 personas que pernoctan en este albergue, entre ellas, cuatro niños.
Paradójicamente, esa cancha de uso múltiple es una de las pocas edificaciones que aguantó la crecida del río en esa cuadra. Las casas de los Núñez, cinco en total, fueron afectadas por el río. Solamente una sigue en pie.
“Todo este terreno era de mi papito, él donó al pueblo un espacio para la iglesia y la cancha, pero eso nadie recuerda”, dice Esthela, que rompe en llanto al contar el drama que viven. Lorenzo intenta consolarla y cuenta que sus otros hermanos están limpiando la casa que quedó en pie para ver si puede ser habitable.
Mientras comprueban si la vivienda puede ser habitada, pasan los días en la cancha de uso múltiple. “Aquí siempre hay algo para hacer”, dice Lorenzo y señala que unos cocinan, otros lavan platos, algún comedido barre y todos cuidan de las donaciones.
Al día siguiente de la tragedia llegaron brigadas del Ministerio de Salud y los atendieron, en el lugar que ahora viven. “Nos revisaron médicos, nos desparasitaron, nos dieron vitaminas y vacunaron contra la gripe”. Fueron muy amables, recuerda Esthela.
También, otros funcionarios les dieron alimentos, como lo hacen personas anónimas que llegan al lugar con donaciones. “Comida tenemos, pero nos falta un techo”.
También les dieron alimentos, como lo hacen personas anónimas que llegan al lugar con donaciones. “Comida tenemos, pero nos falta un techo”, relata Lorenzo.
Al inicio, cocinaban con leña. Era una tarea complicada buscar troncos secos en un pueblo que fue tomado por el río. “Luego les contamos a unos curitas de nuestra situación y les pedimos una cocina”, cuenta.
Los religiosos les enviaron una cocineta. “Pero con todos los implementos”, resalta Esthela, creyente católica.
El vicepresidente Alfredo Borrero, junto a varios funcionarios del Gobierno, visitó el pasado 9 de febrero El Palmar, en un recorrido por varios puntos para efectuar una evaluación de los daños que causaron las lluvias y el desbordamiento de ríos en tres cantones de la provincia de Cotopaxi.
Los Núñez y sus compañeros de campamento buscaron hablar con el Segundo Mandatario, pero dicen que no lo consiguieron. A un lado de las carpas reposan las cartulinas en las que habían escrito todo lo que piden al Gobierno.
Solamente quieren tener apoyo para volver a comenzar sus vidas. Su pedido se reduce a una sola cosa. “Ojalá la gente no se olvide de nosotros”, dice Esthela.
Habitantes aguardan un milagro, como el de San Antonio
Los días en el recinto El Palmar son muy parecidos desde que el río Pilaló se desbordó y destruyó 32 casas el 31 de enero.
La jornada se desarrolla entre trabajadores de la empresa eléctrica que luchan por restablecer el servicio a la comunidad, maquinaria pesada que remueve escombros o intenta devolver las aguas al cauce natural.
Mientras tanto, los pobladores esperan la llegada de ayuda de gente solidaria que se presenta de manera periódica en el lugar.
A El Palmar llegan camionetas y camiones del que se bajan sus ocupantes, preguntan a la gente por sus necesidades y descargan colchones, cobijas, comida. Luego se van, tan rápido como vinieron.
El ruido de las máquinas se interrumpe a momentos por los gritos de los trabajadores eléctricos. “Dame más alambre, suelta, suelta”, grita un hombre que está colgado con un arnés de uno de los nuevos postes. Abajo, un trío de obreros manipula un enorme carrete de madera para atender el pedido de su compañero.
Son un par de docenas de trabajadores eléctricos que prefieren hacer su tarea antes que conversar con la prensa. “Hay que apurarse, ya va la gente para dos semanas sin luz”, dice uno de ellos, mientras lleva una escalera.
Los pobladores señalan que los primeros trabajadores de la electricidad llegaron en helicóptero al lugar. Luego entraron los camiones y vehículos especiales con equipamiento.
Todo esto se da en medio de curiosos, que cubren esta ruta que une a Latacunga con La Maná. Los foráneos se bajan de sus vehículos para tomar fotos o hacer videos.
“Es doloroso, todo fue tan rápido”, comenta Rosa Morales, que vive frente a las casas que fueron arrasadas por un río Pilaló que bajó enfurecido desde el páramo.
Su casa se mantiene en pie. Pudieron sacar el lodo y las piedras, pero no han logrado borrar los recuerdos de esa tarde del 31 de enero, cuando el río se desbordó y se llevó todo lo que había a su paso.
El Palmar está en el límite de los cantones Pujilí y La Maná, en la provincia de Cotopaxi. Este poblado pertenece a la parroquia Tingo – La Esperanza. El sitio era paradero casi obligado de los conductores que bajaban desde Latacunga. En ese lugar solían quedarse a comer para luego seguir la ruta.
Los habitantes que no estaban involucrados en la atención a turistas se dedicaban al comercio o a la agricultura.
Los 250 habitantes de este pueblo son católicos, en su mayoría. Por eso les mortifica que la furia del río haya destruido la iglesia.
Del templo solamente quedaron la cúpula, la fachada, algo de lo que fueron las paredes laterales y un par de bancas. De entre los escombros se logró sacar el alba, la estola y la casulla que utilizó el sacerdote en la última misa.
Entre los feligreses se comenta que la imagen de San Antonio, patrono del poblado, fue encontrada río abajo, con algunos daños menores en la cabeza y manos. “Dicen que los curitas ya lo mandaron a restaurar”, comenta una vecina.
Para otros lugareños, el que la estatua haya resultado con algunos daños es un milagro. Milagro que esperen que se repita para ellos y que alguien les ayude para que sus vidas también sean restauradas.