Esta tarde se proclamará al campeón del espectáculo más popular del planeta. Cuando el capitán de Alemania o Argentina alce la copa del mundo y lo vean por TV millones de espectadores, un escalofrío recorrerá la espina dorsal del poder.
La resaca del fútbol empezará a pasar la factura a las dirigencias rimbombantes que lucieron sus costosas corbatas en los mullidos palcos de los diferentes estadios. Son la élite de un deporte que juegan en las calles polvorientas miles de niños descalzos que sueñan con la gloria de ir al Manchester United, Real Madrid, Milan o Bayern. Son los alevines de Corinthians, Flamengo, Fluminense, River, Boca o Peñarol.
Ese contraste de los millones que se sabe, como los ingresos de las transferencias de las estrellas, y los que no se sabe, como los negocios ocultos del monopolio mundialista apenas destapado en un pequeño escándalo de reventa. Esa dirigencia, que busca siempre la reelección indefinida para hacer de los negocios sistemas hereditarios cerrados, empezará a sufrir. A rendir cuentas. ¿Qué pasó con el Mundial en Qatar?
Pero la factura social será más dura y grave para la Presidenta Dilma. La goleada de Alemania clavó 7 puñales que dolerán tanto o más que aquel ‘maracanazo’ de los años 50 del siglo pasado.
Volverán las barricadas, las hogueras, las piedras y los ‘rolezhinos’. Se acordarán de la inequidad y prenderá la rabia. Desde las favelas bajarán las protestas populares. Recobrarán la memoria de los escándalos del ‘mensalao’.
Se indignarán por los estadios lujosos en sitios donde no hay equipos de primera, las superautopistas para los autos de los ricos mientras el transporte público sigue abarrotado, los sobreprecios de la obra pública y el derroche de USD 15 000 se avivarán desde el ‘saudade’ del ‘scratch’ que hizo ‘crack’. El pentacampeón de Garrincha, Pelé, Cacá, Ronaldo ya no está más.
Con el pitazo final Dilma y el PT empiezan a jugarse en serio la reelección de octubre.