La puerta de la matriz del Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social, en la 10 de Agosto y Bogotá, es el sitio de decenas de vendedores. Jubilados y afiliados ingresan a diario para realizar gestiones y se encuentran con un pequeño mercado, que desaparece cuando se cierran las puertas de la entidad.
Llaveros, pilas, antenas de televisión, velas, incienso y cortauñas están en oferta. Jorge Enrique Carmona, de 51 años, llama a sus clientes a través de un micrófono manos libres, conectado a un pequeño parlante atado a su cintura. Y en sus manos sostiene un maletín donde ofrece lentes que van acorde a la moda actual.
Cuenta que hace seis años, cuando empezó a vender anteojos para lectura, bifocales y para ver de lejos, la gente pedía unos con marco metálico o hasta sin marco. Ahora le solicitan aquellos de marco grueso y de colores. “Estos están pegados. La gente los prefiere así”, dice.
Los ofrece con amabilidad. Cuando un cliente se acerca, suelta la frase: “bien pueda, mi señor, aquí le atendemos con gusto”. Un transeúnte mostró interés por unos lentes poco comunes. Estaban dentro de una pequeña caja.
Al sacarlos, había que desdoblarlos y extender las patas que los sostienen tras las orejas. “¿Ve, ¡qué alhaja! Y estos cuánto cuestan?”, pregunta. “Siete dólares, caballero”, responde el vendedor. Al cliente le pareció muy caro y no los compró. Tampoco quiso los sencillos, a USD 3 y 4.
Rafael Pastor también buscaba unos anteojos. Cuenta que su medita es de 2,75 y que siempre pierde los lentes. Por eso prefiere ir a este lugar, conocido como la Caja del Seguro, para comprar los que necesita, a bajo precio.
“Yo he comprobado que estos lentes son iguales a los de cualquier óptica. Una vez me fui a una, me compré y es el mismo lente, se ve igual”. Si son o no de la medida correcta no le importa mucho. Pastor tiene su propia estrategia para determinar cuáles son los lentes que necesita. Se los prueba y los compra si alcanza a leer las pequeñas letras de la marca del reloj plateado que está en su muñeca izquierda.
Y esa es, precisamente, la prueba que hace Carmona a sus clientes. “Si le falla la vista de cerca, les digo que lean un papelito o algo con letras pequeñas. Si es de lejos, ahí si toca que se haga el examen en la óptica y venga a pedir el lente, según su medida”, explica.
La óptica ambulante de Carmona está abierta en la puerta del edificio, de 08:00 a 12:00. Su carisma atrae a los clientes. Él cuenta que en promedio vende entre 10 y 15 lentes cada día.
El hombre que protege su vista con un par de gafas oscuras y se cubre del sol con una gorra, compra los lentes que ofrece a diario frente al parque de El Ejido, en unas distribuidoras mayoristas. Dice que hay seis en la ciudad.
Tiene habilidad para el negocio de los anteojos desde que llegó al país, hace seis años. Vino a trabajar aquí, para reencontrarse con su hermano que eligió a Quito como su nuevo hogar. En su país natal, Carmona vendía cordones para zapatos, nada más.
Este negocio le permite vivir bien. Cuenta que en las tardes ya no sale a vender nada. Descansa en casa o se dedica a su pasatiempo de ver películas o televisión.
Carmona está contento. Ha hecho amistad con algunos de los ‘vecinos’ del pequeño mercado. Es un trabajo que lo disfruta, porque le permite conocer a nueva gente cada día y lo realiza sin un horario de oficina.