Un oficio que se talla en mármol

Una réplica de Julio Jaramillo. Fernando Rivera se ha dedicado a la marmolería desde hace 51 años. Es la única persona de su familia que realiza este oficio. También se dedica al tallado de esculturas.

Desde la plaza de San Diego, en el centro, se escucha el golpe de martillos y cinceles, taladros y brocas. El sonido proviene de los talleres de marmolería que, por años, han sido parte del vecindario. Un grupo de 14 locales se concentra entre las calles Imbabura y Chimborazo.
El de Fernando Rivera es uno de los más antiguos. Lleva 51 años dando forma a las frías piedras que cubren e identifican cientos de tumbas y nichos en los cementerios de la ciudad. Su pelo es cano y los dedos de sus manos son gruesos y ásperos.
Con suaves y precisos golpes de su martillo, Rivera va hundiendo la punta del cincel en la plancha de mármol gris que tiene sobre una mesa de madera. La imagen de un Cristo, con la mano cubriéndose el rostro, denota tristeza en el semblante.
El trabajo es completamente artesanal. Con cada golpe, el cincel va despostillando la piedra y un fino polvo blanco se esparce en el ambiente. Durante cinco décadas, ese polvo ha ido cubriendo las mesas, las paredes, el entablado del taller, e , incluso los zapatos negros de Rivera. Oriundo de la provincia de Cañar, él aprendió el oficio de tallador en la marmolería Tomebamba que administraba su tío, cerca de la plaza de Santo Domingo.
Al principio solo tallaba flores y cuando fue perfeccionando su técnica y su habilidad en el dibujo, decidió abrir su propio taller, cerca del cementerio de San Diego. En la parte más antigua de este camposanto predominan las estatuas en piedra, granito y mármol. Figuras de ángeles, cristos y santos decoran las tumbas, nichos y mausoleos. Por los costos, las estatuas para decorar los sepulcros se trabajan muy poco. “Una estatua puede costar unos USD 8 000”, calcula Rivera.
En la marmolería El Rosario, Agustín Cabrera se dedica por entero al tallado de lápidas. Hace 19 años, él dejó la agricultura para dedicarse a la marmolería. En época de Finados, su horario de trabajo se extiende de 07:00 a 23:00. Elabora hasta seis lápidas en una semana. Los costos varían entre los 50 y 500 dólares. Depende del material y el acabado.
En su local hay mármoles nacionales, que vienen de la localidad de Zula, en la provincia de Chimborazo. También hay losas italianas, francesas y españolas. Los gustos son variados. “En Quito prefieren diseños simples. En Loja, por ejemplo, a la gente le gusta que la lápida refleje una parte de la personalidad del difunto”.
En Quito, hay panteones que exigen uniformidad en la presentación de los sepulcros. Cabrera dice que eso ha limitado la creatividad de los artesanos. En muchas losas de su taller, únicamente se lee nombres y fechas.
Un foco fluorescente ilumina la mesa de trabajo, donde se acomodan cinceles, brocas, pinceles, brochas, taladros y otras herramientas. Sobre una plancha de mármol blanco va apareciendo la imagen de un Cristo en el huerto. Al pasar la mano, se aprecian mejor los detalles de profundidad en el altorrelieve. También hay dos nombres. Cabrera no los conoce.
En el taller San Diego, Édison Mena da los últimos retoques de color a una lápida. Enero del 2003, junio del 2007, septiembre de 1996, son algunas de las fechas que están grabadas en las lápidas que cubren las paredes del taller. El local tiene el aspecto de un mausoleo. Aprendió el arte funerario a los 10 años y desde hace 19 atiende su propio negocio. “Es el gusto por el arte”. A manera de epitafios, las frases personales y las citas bíblicas complementan la decoración de las lápidas.
Tratar a los clientes es quizá la parte más difícil de su trabajo. Con frecuencia es testigo de escenas dolorosas de personas que acaban de perder a un ser querido. Él no solo ha hecho lápidas para amigos o conocidos, también talló la lápida para la tumba de su propio hermano.
Un oficio artesanal
Agustín Cabrera explicó que en el sector de San Roque hay aproximadamente 16 personas que se dedican a la marmolería.
Los artesanos del sector realizaron un mural hecho en mármol donde se observan paisajes del sector. Se conserva en el museo del Padre Almeida.
Además de los motivos religiosos, también se solicita el tallado de personajes infantiles, para las lápidas de los niños.