“Los dirigentes de La Comuna Santa Clara de San Millán nos activamos de inmediato, tras el aluvión que mató a 28 personas. La Zona Cero había sido cercada por las autoridades y policías, y no se permitía pasar a los familiares de las víctimas, quienes lloraban desesperadamente y pedían que les permitieran reconocerlas.
Visitamos 30 predios afectados y el panorama era desolador. Había lodo por todas partes. También basura y troncos de árboles desperdigados en medio de las habitaciones, salas, cocinas, estacionamientos, patios y jardines de las viviendas. Fue una experiencia dolorosa constatar que ya no existía la cancha de ecuavóley en donde tantas veces nos divertimos y a la que incluso asistían personas de otros sectores de la ciudad.
Para ayudar a los damnificados nos llenamos de fuerza, pues las entidades de rescate montaron un cerco y no nos dejaban pasar. Tuvimos que hacerlo a la mala, porque en el ambiente había incertidumbre. Sin electricidad, con muertos y daños por todo lado.
Recuerdo claramente que las autoridades no permitían reconocer a los fallecidos en el lugar del desastre y les decían que deben hacerlo luego en la morgue. Era comprensible, porque en ese momento la situación se hubiera tornado más delicada y no era lógico abrazarlos y llorar allí entre tanta gente.
Un compañero ayudó a rescatar a dos personas. Recuerdo que una joven identificó un zapato que apareció en la vía. Era de su hermano, y al poco tiempo se enteró que falleció. No nos quedó otra opción que consolarla y darle una mano para que se tranquilizara, porque se puso a llorar. Lo más doloroso fue ver el rescate del cadáver de un niño de aproximadamente 12 años, quien estaba cubierto por una gruesa capa de lodo en la calle. Confieso que ese momento debí tener mucha voluntad para no entrar en llanto; pero varias veces lloré por las noches en casa.
Horas después, buscamos a los dueños y ocupantes de las propiedades para armar un listado de quienes necesitaban colaboración. Volvimos a las 06:00 del 1 de febrero y comenzamos a recibir donaciones. También canalizamos las ayudas de médicos y psicólogos que se ofrecieron para brindar su contingente.
Hubo varios momentos en los que nos tocó tranquilizar a los moradores, porque se encontraban muy exaltados, desesperados por conocer lo que había sucedido. Es verdad que se entregaron donaciones, pero también hubo casos de gente que lo perdió todo y no recibieron lo que necesitaban.
Como dirigentes nos apoyamos y estuvimos en varios frentes. Un compañero bajó hasta el sector de la avenida La Gasca y la calle Gaspar de Carvajal, en donde se ubica un supermercado. Ahí rescató a dos personas que fueron arrastradas por el agua. Yo me quedé arriba ayudando y verificando que los damnificados se encontraran bien. Igual fue muy doloroso saber que una niña se quedó en la orfandad porque sus padres murieron. Ellos trabajaban vendiendo confites en la cancha de ecuavóley. Ahora, ella vive con sus abuelitos, que son de escasos recursos económicos.
Por eso, ahora nuestra prioridad es direccionar las ayudas para que la infante cuente con lo necesario. Lamentablemente, hay gente abusiva que busca sacar provecho y exigen que les entreguen donaciones. No entienden que esto es para los damnificados del aluvión, no para regalar a cualquiera.
En la casa comunal de La Comuna guardamos todas las donaciones. Una de las cosas que más me llamó la atención es que han llegado personas haciéndose pasar por familiares de fallecidos para pedir kits de alimentos o de utensilios de aseo personal. Otras se han abierto cuentas de ahorro a nombre de los heridos que fueron llevados a los hospitales para pedir dinero.
Asimismo, hubo un grupo de gente que trató de montar un centro de acopio de ayudas, pero no les permitimos y lo cerramos con la Policía. Así permanecemos vigilantes de lo que ocurre aquí”.