David Llamuco, oriundo de la provincia de Chimborazo, esconde a ratos su rostro detrás de una improvisada mascarilla de tela.
Sus manos están cubiertas de un polvo blanco, que se asemeja a las limaduras de una tiza, de esas que usaban los profesores de la escuela para escribir en los pizarrones verdes de madera.
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Resulta difícil escuchar su relato, mientras martilla una enorme roca de cinto. Los golpes que le da a la piedra con un cincel de acero retumban en los oídos de todo aquel que se aproxima. Hace una pausa, respira, limpia el sudor de su frente con la manga de su buzo azul y dice: “Si mi papá me viera, diría que soy flojo”.
El oficio lo aprendió de él, Lorenzo Llamuco, quien trabajaba en una mina, en Riobamba. Asegura que su padre era especialista en elaborar adoquines para las calles de la ciudad conocida como la Sultana de los Andes.
David llegó a Quito hace 12 años. Se instaló en un taller ubicado en el borde la vía Interoceánica, en el sector de Cumbayá.
Desde entonces, dedica nueve horas diarias a elaborar variadas figuras de piedra. Una muestra de ello es la escultura de un ángel en una pileta, que se exhibe en el centro del tradicional cementerio de San Diego.
Frente a su taller se ubica otro lugar en el cual trabaja otro artesano. Ahí, el maestro Ángel Chamunga usa una moladora para darle una textura lisa a un pedazo de roca que es traída en camión desde Lloa.
Cada tres meses, el artesano compra un cargamento de piedras. Cuesta USD 500, adicional paga el transporte y la mano de obra para meter las piedras en su taller (USD 250).
Él no usa guantes ni mascarilla. Confiesa que no le da miedo golpearse algún dedo. “Ya tengo calculado cada martillazo que doy”.
Sobre el piso de tierra reposan alrededor de 50 figuras hechas en piedra, solo cinco de ellas se distinguen de las demás. Son cuatro piletas y la imagen de un león. Están hechas con piedra negra o volcánica. Ese material es más cotizado por su dureza.
Una pileta de piedra blanca cuesta entre USD 550 y 1 200, dependiendo del tamaño. Una de piedra negra cuesta desde USD 800 para arriba.
El diseño también incide en el precio. Los dos artesanos cuentan que tienen trabajo todos los días. Los dos manejan clientes frecuentes de restaurantes, edificios y universidades que siempre buscan adornar sus construcciones con obras de arte.
El pasado miércoles, Juan Carlos Poveda llegó en su vehículo hasta el taller de Chamunga. Semanas atrás le encargó al artesano la elaboración de una pileta y dos columnas para la inauguración de su restaurante, en el sector de Tumbaco. Necesitó una rampa de madera y tres personas para subir una de las columnas al balde de la camioneta de Poveda.
En otro sector de la urbe, en el Puente Tres de la Autopista General Rumiñahui se ubica el taller de Segundo Álvarez. A sus 28 años ya es un experto en el tallado. Él recuerda que a los 12 años, su tío Baltasar Morocho le enseñó el oficio. Su especialidad no solo son las piletas o las columnas de piedra. Se destaca en el tallado de imágenes religiosas y retratos de personas. Solo necesita hacer un molde en yeso.
Cuenta que la figura que más trabajo le demandó realizar fue la de la virgen de la ciudad de Baños. “Su rostro tiene más detalles y la persona que me encargó el trabajo quería una réplica exacta a la figura que descansa en el altar de la iglesia del centro de Baños.
En la parte posterior de su taller se ubica su casa. Ahí vive con su esposa y su hijo de 5 años, quien a ratos toma un martillo y golpea las grandes piedras que le rodean.
Los tres artesanos coinciden en que se requieren políticas para valorar su oficio. Aseguran que la herencia de su trabajo pasará de generación en generación.