Al entrar al taller de Luis Montúfar, ubicado en el segundo piso de su casa, en el barrio El Tejar, en el centro, lo primero que se observa es una pintura con trazos azules y rojos sobre un caballete. El artista comenzó a pintarla hace dos meses. Al mirarla, parecen los primeros bosquejos de un paisaje.
En realidad, Montúfar no sabe cómo terminará la obra. Mientras pinta, nunca piensa en una figura en particular. Únicamente se guía por su instinto.
En un rincón de este lugar, sobre una mesa de madera, permanece una reproducción de la Mona Lisa. El pintor no piensa colgarla en la pared de su casa. La pintó solo para investigar el esfumato, técnica que utilizó Leonardo da Vinci para trabajar el retrato.
“Son varias capas de pintura colocadas una sobre otra, que le otorgan un aspecto liso”, explica. La obra la hizo en dos años.
Tras mostrarla, la cubre enseguida con un plástico. Cuando termina sus pinturas, no le gusta contemplarlas por mucho tiempo. Así, evita repetir fórmulas en sus próximos trabajos.
“Cuando uno comienza a repetir, comienza a morir. El arte se trata de descubrir todos los días algo nuevo”, es el lema del pintor quiteño de 53 años, acreedor de 10 premios en toda su carrera.
El último que obtuvo fue la primera mención en la II Bienal de Guayaquil del Museo Luis Noboa, en el 2010. Fue reconocido con Tempestad en los Andes, cuadro inspirado en una tormenta que el pintor observó desde la terraza de su casa, desde donde se mira al centro y sur de Quito.
Unas 26 exposiciones individuales y 28 colectivas, tanto en el Ecuador como en el extranjero, en países como Estados Unidos, Canadá y Uruguay, también forman parte de su trayectoria.
A pesar de sus logros, Montúfar reside desde hace 35 años en una sencilla casa heredada de sus padres. Para él, lograr la perfección es más importante que el dinero.
“Creo que muchos artistas están dejando de lado la investigación y dan más importancia a la producción y a lo material”.
Ese deseo por experimentar se evidencia en las diversas técnicas que el artista utiliza en sus obras. Un ejemplo es Gravedad visual, realizado en el 2004. En este cuadro, 5 manzanas ubicadas dentro de una caja blanca crean la ilusión de que el espectador se encuentra frente a un objeto real. Montúfar lo denomina arte óptico. En otra pintura, una lagartija negra basada en el arte precolombino, que emula una nota musical, camina sobre una guitarra.
Mientras tanto, el expresionismo se hace presente en pinturas como Savia Vital o Despojos. En la primera, gotas de agua sobre un fondo azul representan la naturaleza efímera del ser humano. En la segunda, un esqueleto de un animal permanece en un área desértica, como símbolo de la destrucción de la naturaleza.
El hiperrealismo también se manifiesta en la Última Cena, pintura con composición similar a la del famoso cuadro de Da Vinci, pero con manzanas en lugar de apóstoles, y una copa de vino y un trozo de pan en representación de Jesucristo. En esta tendencia, los objetos son reproducidos con todos sus detalles, lo más fielmente posible a la realidad.
Montúfar también tiene pinturas abstractas, neofigurativas, realistas… Solo dentro de su casa calcula que hay cerca de 200. Las herramientas que utiliza para pintar son diversas: pincel, espátula, aerógrafo, un tablero digital. Su obra es variada y amplia.
Montúfar pinta desde niño. Estudió artes en la Universidad Central. Para él, no ha sido fácil vivir de este oficio, pero lo ha logrado. En marzo realizará una exposición en el barrio La Ronda.