El Hotel Gangotena es una mansión restaurada, ubicada en las calles Bolívar y Cuenca. Foto: Patricio Terán / EL COMERCIO
Viene una semana de festejos, debido a que mañana, 8 de septiembre, Quito cumple 37 años como Patrimonio Cultural de la Humanidad. Desde hoy se realizarán los primeros eventos en plazas y en calles del Centro Histórico.
En toda la ciudad hay alrededor de 6 000 inmuebles patrimoniales, la mayoría de ellos (4 999) están en el Centro Histórico. A lo largo de los años este enclave, que se levanta sobre una superficie de 320 hectáreas, ha moldeado dos rostros: uno bien conservado y otro, más bien, deteriorado.
En el primer caso, está la arquitectura patrimonial representada en iglesias y conventos, la cual fue restaurada a partir de 1987 tras el terremoto que soportó la ciudad. Esa fue una acción inédita y atípica frente a todo el patrimonio latinoamericano, subraya Eduardo Báez, quien fuera director del extinto Fonsal y consultor sobre temas de patrimonio.
En el otro extremo está la arquitectura menor, aquellas casas de materiales humildes y que han sido el hábitat de quiteños, las cuales, con el transcurso de las décadas, comenzaron a deteriorarse.
Entre los años 60 y 70, esas viviendas se dañaron por el sobreuso (lo que provocó hacinamiento y hasta tugurización en ciertos casos) y, actualmente , por el abandono, apunta Alfonso Ortiz, cronista de la Ciudad.
Eso es fácil de observar en buena parte de las 350 manzanas del núcleo central; o sea, alrededor de El Panecillo, San Diego, San Sebastián, La Chilena, Aguarico, la parte alta de San Francisco, La Marín, La Tola; incluso en las zonas donde existe todavía una fuerte actividad comercial.
El Instituto Metropolitano de Patrimonio (IMP) realiza la actualización del registro de los predios edificados en el Centro Histórico (Inventario Continuo) y hasta junio ya tenía la información de 3 407 inmuebles, de los cuales 1 363 (el 40%) se encuentran en estado regular y malo.
Justamente en ese patrimonio deteriorado es en donde se deberían poner los acentos, indica el Cronista de la Ciudad. Y la única manera de hacerlo, según Báez, es con una acción sostenida del Municipio, pero con el apoyo del Estado.
La otra cara: en total abandono se encuentra esta vivienda de la Ambato y Barahona. Foto: Alfredo Lagla / EL COMERCIO
Los dos especialistas admiten que son asuntos de difícil solución, pero posibles. Antes, sugiere Ortiz, hay que cambiar la legislación para que, por ejemplo, los recursos públicos sí se puedan invertir en beneficios de privados y mejorar las condiciones de vida de aquellas familias que se resisten a abandonar el Centro Histórico y le dan vida. A falta de ayuda, en las últimas décadas ya han salido 25 000 personas.
El panorama empeora porque, según Báez, “ese patrimonio no logra tener un valor para la gente. Ante esa falla todos deberíamos hacer un mea culpa, sobre todo las autoridades municipales ya que no han planteado una acción sostenida para visualizar la importancia del patrimonio”.
Aún así se insiste con la propuesta de incentivar a las familias a quedarse en el Centro Histórico o a que regresen.
El Municipio lo hace, según comenta Dora Arízaga, directora del IMP, financiando el 50% para mejorar la fachada y la cubierta de las edificaciones (a través de la Ordenanza 094); el tope es de USD 15 000. En lo que va del año, 74 propietarios ya están en la lista.
También se trabaja en una política de vivienda. Este martes (8 de septiembre del 2015), por ejemplo, se hará la entrega oficial de las 27 viviendas que se levantaron en el rehabilitado ex Hotel Colonial (cercano al ex Terminal Terrestre Cumandá, hoy Parque Urbano).
Como parte de los incentivos, se busca nuevas estrategias público-privadas para ver la manera de reactivar créditos para las personas que deseen vivir en el Centro Histórico, acota Arízaga.
Pero según Báez las ayudas deben ir más allá, pues para recuperar una casa grande se requieren entre USD 200 o 300 mil y ese capital no lo tiene todo el mundo, solo el Estado.
Mientras tanto se seguirá trabajando en los incentivos para mejorar fachadas y cubiertas, apunta Arízaga, pues está convencida de que el Centro Histórico no se puede convertir exclusivamente en una zona turística o comercial. Eso no es justo para la ciudad, dice.