La cuna del proceso independentista

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Juan Paz y Miño. Cronista de la Ciudad.

La Revolución de Quito (1808-1812) tuvo cuatro momentos decisivos: la formación de la Junta Soberana el 10 de agosto de 1809, la masacre de patriotas y pobladores quiteños el 2 de agosto de 1810, la reunión del primer Congreso de Diputados que decretó la independencia frente al Consejo de Regencia el 11 de diciembre de 1811 y la expedición de la primera Constitución el 15 de febrero de 1812, con la que nació el Estado libre de Quito, con funciones Ejecutiva, Legislativa y Judicial propias.

Si bien durante la época colonial hubo rebeliones indígenas, de esclavos, mestizos y otros sectores populares, nunca se instaló un gobierno criollo que depusiera al Presidente de la Audiencia y a las autoridades españolas, como en 1809.

Tampoco se conocían los nuevos conceptos políticos que dio a luz la Revolución de Quito. Ellos se incubaron en el pensamiento ilustrado, cuyo máximo exponente fue Eugenio Espejo (1747-1795). El Rey era el “soberano”, hasta que la revolución quiteña proclamó la soberanía del pueblo y la Junta, la representación de esa soberanía. A nadie se le ocurrió antes proclamar fidelidad al Rey, como se hizo en Quito, y al mismo tiempo, desconocer, en los hechos, su autoridad, formando una Junta de gobierno que gobernaría supuestamente a su nombre.

En la Colonia hubo represiones feroces particularmente dirigidas contra las rebeliones indígenas. La masacre de los patriotas y pobladores quiteños en 1810 creó otra situación: la ciudad se definió por la independencia. La Revolución de Quito, al establecer un gobierno propio hizo algo inédito: inició el proceso de la independencia del país. En esos momentos, ni los revolucionarios ilustrados fueron conscientes del paso histórico que habían producido. Porque lo que parecía un simple movimiento local, en una ciudad andina, formaba parte de toda una cadena de revoluciones que en 1809 habían nacido en Chuquisaca y La Paz, que en 1810 estallaron en México, Caracas, Bogotá, Santiago de Chile y Buenos Aires y que desde 1811 se generalizaron en otras ciudades y regiones de Hispanoamérica.

Si bien los revolucionarios quiteños coincidieron en los momentos cruciales, también tuvieron profundas diferencias: unos escondían su radical independentismo, otros eran solo autonomistas, la mayoría sentía fidelidad por el Rey preso en España por el invasor Napoleón.

Les diferenciaba incluso el futuro proyecto estatal. Eran las lógicas ambivalencias políticas en una coyuntura todavía desfavorable, porque incluso ninguna de las otras regiones convocadas (Pasto, Cuenca, Guayaquil) apoyó la proclama quiteña.

Por todas esas razones, Quito fue cuna del Primer Grito de Independencia. Guayaquil inició la segunda y exitosa fase independentista una década más tarde, bajo condiciones distintas y cuando buena parte de Sudamérica ya estaba liberada por Bolívar y San Martín. Gracias a los esfuerzos guayaquileños, sumados a los centenares de soldados grancolombianos y sudamericanos, en una confluencia “internacionalista” por la libertad, pudo sellarse la independencia el 24 de mayo de 1822, en la Batalla del Pichincha.

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