Imagen referencial. En sitios como el albergue usan mascarilla, lavado las manos y aplican el distanciamiento social. Foto: Pixabay.
Antes de la pandemia, Juan salía del albergue San Juan de Dios, en donde reside desde hace 10 años, para trabajar (cuidaba autos). En la noche volvía para comer y descansar. Esa rutina cambió desde marzo pasado, cuando la casa de acogida adoptó normas de bioseguridad ante el covid-19.
En este espacio, ubicado en el Centro Histórico de Quito, conviven 36 ecuatorianos que habitaban en las calles y no tienen familias. A ellos se suman 30 ciudadanos extranjeros.
Quito es la segunda ciudad con más contagios: 11 741; a solo 29 de diferencia de Guayaquil. En la capital se han levantado 170 cadáveres desde el 24 de abril, según Emgirs.
Cuando comenzó la emergencia -cuenta Mauricio Paucar, del albergue- aislaron a los residentes, entre ellos a Juan, que está saludable. Suspendieron el servicio de comedor para los externos. Cada día preparaban entre 600 y 800 platos.
Con personas vulnerables entrando y saliendo de ese lugar habría mayor riesgo de contagio, opina el infectólogo y catedrático Byron Núñez.
En sitios como el albergue -dice- también hay que usar mascarilla, lavarse las manos y mantener el distanciamiento, más a la hora de la comida. “Quince minutos son suficientes para contagiarse”.
En los centros, los trabajadores siguen protocolos al ingresar. En Pichincha hay, por ejemplo, 10 casas de acogida a cargo de Aldeas Infantiles SOS, para niños y adolescentes que han vivido violencia.
En ellas hay 60 menores de 18 años, que son cuidados por psicólogos, educadores y otros. Trabajan en turnos de 12 horas, luego regresan a sus domicilios. Les dieron movilización, según Emilio Carrillo, director de acogida, para evitar que tengan más contactos en el transporte público.
Cuando el personal ingresa, se le toma la temperatura, se ducha y se cambia de ropa. Recibe atención médica, incluso la aplicación de pruebas, si presenta síntomas. En una de las casas de Azuay, un trabajador dio positivo, así que aislaron a los chicos y a funcionarios y adecuaron sitios para la cuarentena, contó Carrillo.
La aplicación de las pruebas al personal y a residentes ha sido un inconveniente en albergues como Alas de Colibrí. Ahí conviven 13 adolescentes víctimas de redes de trata.
En esta casa también hubo un trabajador positivo y varias chicas con síntomas. Su representante, Daniel Rueda, contactó a la Cartera de Salud para pedir pruebas. Dice que no tuvo una respuesta positiva.
Es necesario montar un sistema de vigilancia epidemiológica, señala el salubrista Fernando Sacoto, ya que estos centros deberían poder coordinar con el primer nivel de atención (centros de salud).
De lo contrario -anota- habría resultados catastróficos como en Europa. En abril, la OMS dijo que ahí, la mitad de muertes por covid-19 sucedieron en hogares de ancianos.