Entrevista a Gabriela Malo, comunicadora, especialista en migración. Foto: Julio Estrella/ EL COMERCIO.
El país pasó de un estilo más autoritario a otro en el que se habló de apertura al diálogo y de respeto a las libertades. ¿Cómo es el ecuatoriano en este momento económico y político de transición?
Es alguien que sintió el cambio. Y tuvo una primera reacción positiva, de agradecimiento por recuperar libertades, como la de expresión o para manifestarse, pero como que olvida rápidamente lo vivido. Nos dura poco esa conciencia de que regresan las libertades, luego como que lo damos por hecho, como si nada nos hubiera pasado antes.
¿A qué se refiere?
La gente por algún tiempo vivió con una sensación de miedo a expresarse. Pero ese miedo ha ido desapareciendo y se da por sentado, como que es obvio, que es posible expresarse y contar con libertad de información. Pasa con la salud, solo cuando falta es que notamos su importancia.
Por atravesar una etapa de cambio, al expresarse y al reaccionar parece que por años el ecuatoriano hubiera estado frustrado y guardándose algo. ¿Vivimos una fase de destape?
No se puede generalizar, somos muchas sociedades. Somos un mundo urbano, rural, andino, costeño, también amazónico. Este último, por ejemplo, más desconocido y con menos conectividad, lo que no les permite expresarse a través de redes sociales como al resto. Pienso que sí estamos en un despertar, sería útil que aprendiéramos lecciones, pero como dije, olvidamos rápidamente.
¿La sociedad ecuatoriana no ha reflexionado sobre lo que vivió en la última década?
No. Y sería importante que lo hiciéramos, para preservar por ejemplo esas libertades para expresarnos, que recuperamos. Esto pasa por los liderazgos que hay, esos cacicazgos de los que se habla, a los que se sigue. No desarrollamos esa capacidad de ser críticos con el líder, a quien le damos la confianza. Aún lo seguimos ciegamente, en vez de analizar en qué se discrepa con ese líder.
¿El ecuatoriano prefiere una posición de comodidad ante lo que ocurre?
Sí, es más cómodo seguir a alguien o lo que nuestros líderes discuten sobre lo que pasó en los 10 años. Y opinar sobre ello solamente entre amigos o con la familia, no involucrándose, no dando un paso. Nuestra participación política es moderada, de bajo volumen.
Eso tiene que ver con la represión que supuestamente se vivió. ¿Los movimientos sociales se están despertando recién?
Los jóvenes universitarios se expresaron contra el recorte de presupuesto. Pero aún me pregunto si siguieron un liderazgo ajeno o si se dieron tiempo para ser críticos y llegar más hondo, por ejemplo sobre la capacidad de gasto de las propias universidades. Es decir, salir a protestar no está bien ni mal, pero me pregunto si fue su decisión o actuaron porque fueron convocados.
Varios casos de ciudadanos enfrentándose a los agentes de tránsito o golpeando a policías metropolitanos se han registrado en este año. ¿Nos dice eso algo sobre un irrespeto a la institucionalidad?
Hay un foco en algunos casos, en esas reacciones, pero ¿qué pasa en el 90% de los casos? Quizá esos nos muestran como una comunidad pasiva, sin capacidad de reacción, que ha sido fácil presa de autoritarismo en el pasado.
¿Cuál es su lectura sobre la posición de los transportistas, la protesta de taxistas formales contra los de las aplicaciones móviles?
Los transportistas formales protestan contra la competencia de esas plataformas aquí, en Bogotá y en otras capitales. Para mí hay algo subyacente: la ética de la economía de mercado. Eso ha hecho que las autoridades no reaccionen y dejen las cosas como en una zona gris, sin claridad. Además está el usuario, que solamente piensa en los beneficios de utilizar un servicio que no concibe como ilegal. No ve más allá.
Hablando de ética, ¿es necesario volver a tener cívica, con ese nombre, en la malla curricular o es suficiente con educación para la ciudadanía?
El nombre para mí no es lo más importante, los contenidos deben estar. En la escuela se debe hablar de convivencia, respeto y tolerancia, por ejemplo ante la migración o refugio, que recibimos. Los venezolanos son personas vistas como diferentes, que súbitamente hacen parte de las diarias vivencias. La escuela debe ser un sitio de encuentro.
¿Ecuador es un país que recibe bien al migrante, al haber enfrentado el éxodo a países como España?
Somos de todo, tenemos comunidades que abren las casas y que acogen. Pero se observa competencia en lo laboral muy fuerte entre los propios ecuatorianos, no se diga con mano de obra calificada, que en el caso de los venezolanos llegó hasta el 2017. Luego empezó a venir gente con perfil más parecido al de los refugiados colombianos. El desempleado es quien reacciona más negativamente.
En Ecuador están los casos de Satya y Arundel, hijos de la pareja homoparental que pudo inscribirlos con sus apellidos, y la niña trans Amada. ¿La sociedad es más ‘open mind’?
Igual que en otros casos, en el país conviven muchas creencias y percepciones diferentes. Más que nada, en Ecuador va cambiando la percepción con las generaciones. Mis hijos tienen más apertura. Pero hay grupos muy tradicionalistas también.
Hoja de vida.
Es comunicadora y periodista. Tiene una maestría en Protección de Refugiados y Migración Forzada. Posee formación en ciencias políticas y estudios internacionales. Consultora. Fue articulista de
EL COMERCIO.
Su pensamiento. En países en donde hay un seguro obligatorio para migrantes desempleados, la reacción es más negativa, que en otros como Ecuador, en donde pesa el modelo familiarista. Esto implica que el extranjero depende de su trabajo y el de
su grupo.