Rafael Correa está terriblemente molesto con César Ricaurte de Fundamedios y con quienes fueron hasta la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) para exponer la forma en la que su gobierno acosa al periodismo.
También está furioso con la CIDH y a estas alturas ha descubierto que es un organismo ilegítimo porque está en Washington y porque está presidido por una gringa. Está tan furioso que buena parte de su discurso durante la posesión de los ministros fue para anunciar que propondrá reformular el sistema interamericano de derechos humanos. Está tan furioso que llegó a defender los emplastos fascistoides de las cadenas hechas en contra de Ricaurte.
Pero la ira no es buena consejera e impide ver la realidad. Correa cree equivocadamente que Ricaurte y la prensa son los culpables de haberlo hecho quedar mal a él y a su gobierno en Washington. Quien en realidad lo hizo quedar mal, más bien dicho pésimo, es él mismo al haber aparecido de protagonista de un vergonzante video en el que se lo ve afirmando, más bien dicho gritando, que por ser Jefe del Estado lo es también de todos los poderes.
El jueves, en ese mismo discurso y bajo los efectos de la furia inspirada por el tema de la CIDH, Correa aseguró algo que es sencillamente impresentable. Dijo que admira muchísimo a Mao Tse Tung, un personaje que aún produce escalofríos en la China cada que alguien pronuncia su nombre. Que no culpe luego a la prensa por haberlo hecho quedar mal, porque el que dijo tamaña cosa fue él.