En una foto que ha dado la vuelta al mundo recientemente aparece el primer ministro italiano, Silvio Berlusconi, saludando a las cámaras con la mano derecha apenas en alto, una no muy convincente sonrisa a media asta, la nariz, parte de la mejilla izquierda y el labio superior cubiertos por vendajes y esparadrapos, y en el asiento de atrás de un cómodo automóvil presumiblemente a prueba de balas. En la imagen comentada Berlusconi luce apesadumbrado, demacrado y, no cuesta mucho adivinarlo, con el ánimo a ras de suelo.
El Primer Ministro – dice la prensa, si se le puede creer en estos tiempos de apagones y cambio climático- ha salido del hospital San Raffaele de Milán, pero deberá tomársela con calma por un par de semanas más a consejo de sus médicos. Es que Berlusconi estuvo internado cuatro días por el ataque que sufrió hace ochos días en esa misma ciudad, durante un mitin con sus partidarios y admiradores. Resulta que un señor, al parecer con algún desequilibrio mental, logró evadir al aparato de seguridad y lanzarle al político (con mucho éxito y con puntería admirable) un objeto metálico en la cara.
El resultado: Berlusconi herido, aturdido como nunca, procurando mostrarles a sus seguidores una actitud de aquí-no-pasa-nada-y-yo-sigo-en-control-de-toda-la-situación. Sin embargo, en otras imágenes que no se podrán olvidar en mucho tiempo, apareció Berlusconi ensangrentado, confundido, despeinado y rodeado por varios agentes y pesquisas. Un perfil muy distinto de aquel Berlusconi bronceado -¿artificialmente?- siempre desafiante, que increpa constantemente a sus opositores y críticos, que procura controlarlo todo, que parece no admitir discrepancias y que (otro asunto de imágenes, hoy he amanecido imaginativo) ha sido fotografiado hace pocos meses en compañía de unas prestadoras de servicios sexuales a domicilio (hoy he amanecido sumamente educado. Dejo constancia escrita de que no he dicho en ningún momento prostitutas).
El ataque a Berlusconi es condenable desde todo punto de vista, pero deja espacio para una moraleja: la intolerancia suele producir violencia. No escuchar al otro suele producir crispación. No tener en cuenta la opinión de quien piensa distinto suele producir decepción. El desprecio, las más de las veces, lleva a la intransigencia. El fanatismo lleva siempre a un callejón sin salida. El unilateralismo conduce a la destrucción de lo poco que queda de democracia. La verdad única, a sociedades grises y polarizadas. Si la violencia genera venganza, la política del odio lleva a las cavernas. Feliz Navidad. Próspero Año Nuevo para los vendedores de plantas generadoras. ¿Un deseo?, pues que en 2010 ‘haiga’ luz de la variedad eléctrica.