Soldados alrededor de una avión F/A-18E en el Eisenhower. Foto: AFP
Día y noche, los aviones de combate despegan del USS Eisenhower en dirección a Iraq o Siria. Pero bajo la cubierta del vasto portaaviones, la lucha contra Estado Islámico parece estar a un mundo de distancia.
Bajo el rugir de los cazas a reacción que se remontan en el cielo hay 5 000 personas, incluyendo un millar de mujeres, que proveen desde atención odontológica hasta los principales diarios todos los días para que los 200 pilotos a bordo puedan concentrarse en sus misiones.
Un grupo de especialistas se ocupa del mantenimiento de los aviones, la preparación de las armas y de los reactores nucleares que impulsan el buque.
Muchos apenas más que adolescentes trabajan en las gigantescas cocinas, en la capilla, en la planta de desalinización, en el centro médico y hasta en la peluquería.
Por cerca de siete meses trabajan los siete días de la semana con poco tiempo libre y casi ninguna chance de ver la luz del día.
Por la noche, comparten barracones inmensos donde apenas una pequeña cortina azul en cada catre ofrece una semblanza de privacidad.
Andrew García se unió a la marina para aprender una profesión y es el radiólogo del buque. Pasa su tiempo examinando heridas en las manos que quedan atrapadas en las pesadas puertas del Eisenhower o por caídas en las angostas escaleras que conectan cada nivel.
El joven de 26 años llega a hacer 30 radiografías por día y dice que se enlistó para “ver otras cosas”, y agrega que “está feliz a pesar de que lo único que ve es agua”.
En cuanto a “Inherent Resolve” (determinación inherente”, la operación militar de Estados Unidos contra ISIS, no parece afectarles demasiado.
Desde peluquerías hasta capillas, sin olvidarse del café Starbucks, puede encontrarse en las entrañas del buque (@tirtaannas)
“No estoy seguro de qué hacen los pilotos cuando vuelan, pero si yo me ocupo de mi trabajo y ellos del suyo, todo termina cerrando”, dice Jamalli Hill, un sargento que trabaja en el tratamiento de desechos de la nave.
Es una filosofía que parece compartir Christine Smith, de 25 años, que se ocupa del mostrador de Starbucks, la popular tienda de café fundada en Seattle.
Su minúsculo reino del café se ubica en un rincón del comedor central, dos pisos bajo el nivel del agua pero no tan profundo como para escapar del rugido de los motores de cada avión que aterriza o despega.
“Por supuesto no nos dicen que están haciendo. Pero estoy segura de que estamos logrando algo”, dice y agrega que se enorgullece de su trabajo. “Yo los mantengo despiertos. La gente viene aquí exhausta y los hago feliz”, agrega.
Minutos después se escucha la voz del capitán Paul Spedero, comandante del USS Eisenhower. “La semana pasada llevamos a cabo 100 misiones, con ataques muy efectivos en Iraq e Siria“, dice, antes de anunciar al “marino del día” y de traer buenas noticias para la tripulación: en los próximos días recibirán vegetales y fruta fresca para complementar sus raciones de comida congelada.