Corría el año 1531, cuando un hecho extraordinario ocurrió en el cerro Tepeyac, al norte de lo que hoy se conoce como Ciudad de México: la Virgen de Guadalupe, la también llamada ‘Morenita’, se le apareció a un indígena de 57 años llamado Cuauahtlatoatzin, nombre que traduce “el que habla como un águila”.
En medio de una época en la que la evangelización era un proceso clave para llevar el cristianismo a tierras indígenas, Cuauahtlatoatzin había sido bautizado como Juan Diego tan solo unos años antes de que la Virgen María se le pareciera en medio de su camino.
Según cuenta el libro ‘El Nican Mopohua’, escrito por el indígena Don Antonio Valeriano, el santo era una persona perteneciente a la baja clase del Imperio Azteca debido a que no tenía muchos recursos. Su vida era sencilla y humilde, estaba casado, nunca tuvo hijos y siempre fue muy devoto al cristianismo.
Aparición en el relato
Hasta ahí, se podría decir que era un hombre completamente normal que vivía su día a día tratando de salir adelante. Sin embargo, esto cambiaría cuando el 9 de diciembre de 1531, mientras se dirigía a la tradicional misa del sábado y a las clases de catecismo que se daban en la época, escuchó unos cantos melodiosos que lo llamaban.
Sorprendido, el humilde trabajador miró a todo lados, cuestionando quién habría podido llamarlo de tal forma. No obstante, su sorpresa fue mayor cuando, al seguir la dulce voz que le decía “Juan Dieguito”, se encontró con una mujer muy bella que tenía un vestido que “relucía como el sol”.
Con un tono dulce le encomendó decirle al obispo Juan de Zumárraga que por favor hicieran un templo mariano allí, en el cerro de Tepeyac. Sin pensarlo dos veces, y entendiendo que quien estaba allí era la Virgen María, el devoto indígena salió corriendo a comentar lo que había sucedido, pero lamentablemente nadie le creyó.
Después de eso, al otro día, volvió a ir a la oficina del obispo en donde se arrodilló y suplicó que por favor le hicieran caso. Fue entonces cuando el religioso comenzó a dudar sobre la historia del indígena y le pidió que de alguna forma la Virgen diera una señal para poder constatar su historia.
Las flores de la Virgen María
El cerro en el que la Virgen había pedido que se levantara un templo en su nombre era un lugar árido y con poca vegetación. Aun así, el 12 de diciembre de ese año, ocurrió el milagro que convencería definitivamente al obispo: decenas de flores variadas habían crecido de la noche a la mañana en medio de la adversidad.
Corriendo -y por órdenes de la Virgen- el indígena se las llevó al obispo, quien tomó aquellas perfumadas e intocables flores como prueba definitiva.
“Con llanto, con tristeza, (el obispo) le rogó, le pidió perdón por no haber realizado su voluntad, su venerable aliento, su venerable palabra”, escribió Valeriano en sus pasajes. Sin perder más tiempo, el líder religioso y Juan Diego subieron al cerrillo donde las apariciones habían sucedido, con el fin de comenzar las obras lo más pronto posible.
Y dicho y hecho. Para el 26 de diciembre el templo ya estaba listo, así como una pequeña casita a lado que había sido construida exclusivamente por petición del indígena Mexicano, quien se había comprometido a cuidar del santuario.
La canonización del indígena
Juan Diego murió el 30 de mayo de 1548, unos años después de haber tomado la decisión de entregarse totalmente a la Virgen de Guadalupe y su mensaje. Su historia trascendió de manera verbal y se convirtió en uno de los relatos más populares de la región, pues hasta el día de hoy, ‘La Morenita de Tepeyac’ es uno de los símbolos sagrados más relevantes en América Latina.
Por otro lado, el humilde trabajador fue beatificado en la Basílica de Guadalupe de la Ciudad de México el 6 de mayo de 1990, durante una de las visitas del papa Juan Pablo II.
Doce años después, el 31 de julio de 2002, fue canonizado por el papa Juan Pablo II, siendo el primer indígena en ser proclamado santo por la iglesia.
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