Casi siempre es más fácil ganar una elección que hacer una buena gestión.
Esta semana el gobierno griego de Alexis Tsipras pasó del discurso crispado, antieuropeo al pragmatismo que la debacle en que se sume su país le obliga.
Contra la troika y las medidas de ajuste el propio ministro de economía Giannis Varufakis siguió repitiendo que se debía desconocer la deuda de Grecia con la Unión Europea, ante la perplejidad de su par alemán (ver nota en diario ABC de Madrid).
Justamente fue Alemania la que pasó en su Parlamento el examen de ‘griego moderno’ y tuvo que tragar la rueda de molino de aprobar empréstitos para el sufrido Gobierno griego que se resistía a la humillación. Son otros 9 000 millones de euros y un balón de oxígeno que duraría por apenas por cuatro meses.
El problema estructural de la economía griega no lo arregla ni el sabio Aristóteles ni el matemático Arquímides.
Si seguía así esa Grecia se hundía. Pero con la nave griega a la deriva se hundía además Europa ante el peligro de la ruptura de la Eurozona, por la salida abrupta de uno de sus miembros por naufragio. Era mejor salvar la flota en su integridad. Los europeos y el Parlamento alemán fueron pragmáticos aunque la decisión le haya costado a Ángela Merkel más de un dolor de cabeza para atajar a varios parlamentarios de su coalición descontentos por el rescate económico para un testarudo socio y todo con dinero de los contribuyentes.
La crisis griega se destapó hace unos cuantos años. El desequilibrio de su deuda externa por encima de un fláccido Producto Interno Bruto solo mostró las fisuras simbolizadas en la envejecida infraestructura de los Juegos Olímpicos.
En las calles, las protestas populares. Los gobiernos, reticentes a medidas de ajuste y la factura: más pobreza y el triunfo de una izquierda tan demagógica como populista que tiene que ir al aterrizaje forzoso de Tsipras en la realidad de las ruinas de su país.