Desde que unos 170 de comerciantes abandonaron la calle, esta concurrida calle del sur de Quito luce más tranquila, menos ruidosa y más limpia. Foto: Alfredo Lagla / EL COMERCIO
La calle Michelena tiene veredas amplias. En los 10 años que ha tenido su puesto de trabajo, Paulina Almeida dice que es la primera vez que transita por las aceras sin pedir permiso; es la primera vez que puede mirar los negocios del frente y hasta se siente más segura.
Desde que unos 170 de comerciantes abandonaron la calle, para ingresar a la Plaza comercial La Michelena, ubicada unas cuadras más adelante, esta concurrida calle del sur de Quito luce más tranquila, menos ruidosa y más limpia.
Quienes más disfrutan del cambio son los dueños de locales de calzado, ropa, comida, electrodomésticos, peluquerías, tiendas, bares y discotecas. “Las ventas están igual, ya podemos atender mejor a nuestros clientes porque desde nuestro locales pueden vigilar sus autos”, dice Lili Flores.
Ella dirige hace más de 30 años una picantería allí. Dice que la salida de los vendedores también ha mejorado la seguridad, pues las vendedoras de drogas aprovechaban el tumulto para ocultarse. Sin embargo, existe la venta de droga. “Ahora, las señoras ven al policía y ahora se esconden detrás de los contenedores de basura”, comenta.
De hecho, mientras la comerciante explicaba este modo de operar, pasó un patrullero por la calle. Dos mujeres que usaban chompas gruesas se escondieron detrás de un automóvil para evitar ser vistas por los uniformados. Una motocicleta pasó cerca de ellas y luego de unos minutos se levantaron y caminaron como si nada hubiera pasado.
Iván Uquillas, policía comunitario, reconoce que el expendio de droga todavía no se ha erradicado de esa calle, pero asegura que se da en menor cantidad, pues un patrullero y cuatro motos, dan vueltas por allí. “Ahora por fin tenemos mayor visibilidad en la calle. Nos ubicamos en puntos estratégicos y estamos de nuevo recuperando este sector”, dice el agente.
Glenda Castillo asegura que el 90% de la droga que se distribuye en el barrio la comercializan mujeres, pero en los últimos días ha visto que menos expendedoras.
“El problema es que si ya no están acá no es porque se ha reducido, sino que se van a calles más oscuras, pero nuestros hijos todavía tienen cuidado”, comenta.