En reiteradas ocasiones el vicepresidente de la República, Lenín Moreno, ha llamado al diálogo y a la concertación. Por venir de nada menos que la segunda autoridad del país este pedido debería ser valorado y, sobre todo, atendido por los miembros del Estado y por la sociedad civil ecuatoriana.
Dialogar con alguien más no sólo es un acto decoroso que muestra cierto nivel de educación y urbanidad en quien lo practica. Dialogar es un ejercicio indispensable para que los líderes –públicos y privados– compartan más información y mejoren la calidad de sus decisiones. En ese sentido, el diálogo rompe prejuicios y borra distorsiones que los diferentes miembros de una comunidad pudieran tener sobre la realidad que les circunda y sobre lo que en el futuro pudiera pasar.
El diálogo no es un proceso retórico donde alguien pregona sus verdades más hondas y personales. Una iniciativa de diálogo real hace de lado las cuestiones ideológicas o filosóficas y se enfoca en la búsqueda de soluciones puntuales a problemas concretos. Sólo así es posible llegar a consensos estables en entramados sociales cada vez más diversos y complejos como el ecuatoriano.
Por esta razón, para que un diálogo sea efectivo es indispensable definir correctamente el problema u oportunidad que se quiere abordar. Por esta razón, también, los diálogos serios deben hacerse alrededor de propuestas puntuales y no sobre asuntos excesivamente abstractos o indefinidos.
Si entre las partes hay una disposición sincera de encontrar una salida a un problema determinado, el consenso se irá construyendo de forma natural y espontánea. Un indicador bastante confiable sobre la verdadera motivación de un participante en un proceso de diálogo es, en primer lugar, su voluntad para abordar temas específicos y no solamente declarativos; y, en segundo lugar, el deseo que muestre por ceder posiciones para acortar diferencias y llegar a un acuerdo.
Durante los últimos años, el país entero se ha sumido en una dinámica de enfrentamiento cada vez mayor. En Ecuador, el diálogo y el debate se han reducido a consignas ideológicas absolutistas que no admiten discusión –patria, revolución, soberanía– o a epítetos personales –corrupto, mentiroso, traidor– que alejan posiciones y exacerban los ánimos.
Un gran número de ecuatorianos está cansado de esta confrontación permanente y estéril. Muchos ya no aceptan roles pasivos y obedientes con las directrices de los políticos. Quieren hablar, participar y constatar que sus puntos de vista sean tomados en cuenta por las distintas instancias de poder. Claman, en definitiva, por un diálogo verdadero. Por eso, el llamado del vicepresidente Lenín Moreno es más pertinente y necesario que nunca.
gmaldonado@elcomercio.org