El mundo está llegando rápidamente a experimentar el cambio climático extremo producido por el hombre. Temperaturas extremadamente frías en el norte, sequías extremas en México, agresivas inundaciones en Colombia’ todo al mismo tiempo que la concentración de dióxido de carbono llegó en el 2009 a ser 38 por ciento más que a inicios de la Revolución Industrial. Estas cifras nos asustan un poco cuando se presentan en películas del género apocalíptico como ‘2012’ o el ‘El día después de mañana’, pero el dilema fundamental de nuestras sociedades es simple: valoramos nuestro estándar de vida sin cambios, con todo lo que eso significa, industria contaminante, desperdicio, muchos autos y valoramos muy poco todos los bienes que obtenemos gratuitamente, aire respirable, agua para todas nuestras necesidades y comida en nuestra mesa.
Este es el mismo escenario que atraviesan los gobiernos del mundo. EE.UU. está demasiado ocupado con Afganistán e Iraq y su escasa recuperación económica. La Unión Europea, que es la más preocupada por el tema, aún no resuelve su recesión económica, Rusia está en su mejor momento de expansión regional y China es la peor: su expansión industrial está imparable y no tiene la menor intención de echarlo a perder por nada ni por nadie. El resultado es lo que vimos en Copenhague y ahora en Cancún. Un acuerdo mediano, con buenas -en el caso de Cancún buenísimas intenciones- para mantener viva la promesa de reducir las emisiones de carbono a niveles prerrevolución industrial, bastante dinero para amenguar los sufrimientos de los estados más afectados (sobre todo las islas) y un voluntarioso compromiso de llegar a algún acuerdo más firme para el 2012.
Es posible que Bolivia haya tenido razón en demandar compromisos más firmes desde un punto de vista holístico y ecologista. Pero desde un punto de vista político, decididamente era mejor final así a no tener nada y volver a empezar de cero. Un básico análisis de costo-beneficio en un escenario así, inclina decididamente la balanza hacia el resultado de Cancún: un acuerdo, aunque sea laxo, pero acuerdo al fin, antes que el cómodo, intrascendente y satisfactorio escenario de status quo que hubiese dejado a los más contaminantes del momento: China, Estados Unidos, India, Rusia, a su libre albedrío y sin pagar ningún costo. Este escenario multilateral también dejó lecciones para América Latina, sobre la necesidad de tener un plan de prevención y mitigación regional. Y dejó también una lección de negociación importante para los países de la Alba -excepción hecha de Bolivia- de que se puede “ser razonable” como dijo la venezolana Claudia Salerno cuando es un tema de tanta trascendencia.
Bolivia y Pablo Solón deberían pensarlo dos veces antes de in-transigir: si siguen así lograrán exactamente lo contrario de lo que quieren, especialmente cuando hay tan poca voluntad de por medio.