La integración será, siempre, un paso importante en el camino hacia un desarrollo económico y social basado en mecanismos de solidaridad, aprovechamiento colectivo de las fortalezas de cada nación e intercambio de valores agregados para un desarrollo armónico y equitativo, así como para enfrentar los desafíos de la globalización y las grandes negociaciones entre bloques regionales.
En América Latina, lamentablemente, han fracasado muchos de los esfuerzos por consolidar la unidad. Siguiendo el modelo de Europa, en las últimas décadas se han intentado acercamientos bajo el supuesto de que la homogeneidad cultural e histórica de la región permitiría conexiones más rápidas y profundas para trazar el presente y el futuro sobre ejes comunes.
Sin embargo, la integración aún es un proyecto frágil que se queda en buenas intenciones y no avanza en acuerdos concretos ni miradas realistas y pragmáticas. Basta observar el deterioro de la Comunidad Andina de Naciones (CAN) para ratificar esa dificultad. En ese contexto se produce hoy, en Venezuela, el ingreso de Ecuador a la Alternativa Bolivariana para las Américas (Alba), iniciativa del presidente Hugo Chávez en respuesta al Acuerdo de Libre Comercio que promovía el ex presidente de Estados Unidos, George W. Bush.
¿Qué ganará el país con esta alianza? La integración que demandan los pueblos latinoamericanos debe basarse en el intercambio comercial, el mejoramiento educativo, la investigación científica, el aprovechamiento tecnológico, la confrontación de ideas, la creación artística y la expresión de identidades particulares.
¿Qué sentido tiene debilitar aún más a la CAN y sumarse a una propuesta básicamente ideológica que olvida esas claves estratégicas?