Piñán, AFP
Una maravilla de la naturaleza en los Andes se convirtió en la tabla de salvación para una comunidad indígena ecuatoriana, que luego de muchos años logró tener allí un pedazo de las cerca de 27 000 hectáreas de un antiguo amo y apostar al turismo de aventura.
Colosales montañas verdes y ocres que parecen delineadas con pincel, ríos, lagos, cóndores y zorros forman el paisaje de Piñán, una aldea a 3 170 metros de altitud donde viven 180 aborígenes del pueblo caranqui, que enfrentó al imperio Inca.
Piñán está enclavado en la reserva de Cotacachi-Cayapas, una de las más grandes y diversas de Ecuador, y hace parte de una hacienda de 27 000 hectáreas que en la época colonial perteneció a un conde español y hoy a una empresa agrícola familiar.
Aunque está a 54 km de Ibarra, el centro urbano más próximo, el trayecto desde allí toma cuatro horas en auto por las malas condiciones de una ruta que, sin embargo, ofrece un viaje al pasado a través de postales como los Pucaras, perfectos círculos concéntricos en las cumbres que fueron fortalezas indígenas.
“Esta comunidad ha sido históricamente relegada, un prototipo de la hacienda en Ecuador en donde los indígenas permanecían cautivos y eran transferidos con la propiedad”, cuenta Iván Suárez, relacionista público del colectivo y miembro de la ONG Cordillera que impulsa el proyecto de turismo comunitario.
La idea se empezó a plasmar hace 10 años tras una rebelión de los nativos que se cansaron de trabajar para el terrateniente e iniciaron un proceso en reclamo de tierras, alegando la violación de sus derechos ancestrales y laborales.
“Les prohibían el paso por la puerta de la hacienda, había amenazas, agresiones. Además del abandono, tenían que soportar humillaciones del patrón que los quería sacar”, recuerda Suárez, reprochando que el dueño sólo pague 400 dólares al año de impuesto predial.
La demanda terminó en una conciliación por la que el hacendado cedió 1 200 hectáreas donde el páramo besa las nubes, tras lo cual los indígenas conformaron una empresa que ofrece guías, arrieros y cabalgatas.
Pero el plan se quedó corto en una comunidad que cultiva para su subsistencia y apenas vende una cosecha de habas al año al precio que le fijen, según Rigoberto Rodríguez, ‘Don Rigo’, uno de los moradores.
De esa necesidad surgió la propuesta de un refugio de montaña para los aventureros.
La Unión Europea aportó 60 000 dólares y los nativos 30 ‘mingas’ (jornadas comunitarias) para construir la hostería con capacidad para 20 personas, entre junio y diciembre pasado.
“Es un orgullo, nunca imaginamos tener esto”, afirma Rodríguez, un guía de 55 años que desborda jovialidad mientras acompaña a pie las cabalgatas, para las que cada familia aporta un caballo.
El lugar, cuyo confort contrasta con la humildad de las chozas comuneras, fue inaugurado el fin de semana con motivo de la competencia de aventura Huairasinchi, que incluyó una travesía por Piñán, dominado entre otros por el volcán Cotacahi (4 937 metros).
Las ganancias por estos servicios las administra un líder y un porcentaje se destina al ahorro. Otros ingresos como propinas se reparten entre quienes trabajan, y existe una tienda que abastece al pueblo con lo que se evita la fuga de dinero.
El refugio es “la primera etapa de construcción de la ruta de trekking (caminata) más importante del norte ecuatoriano porque integra el río Intag, los páramos de Piñán y las piscinas termales de Chachimbiro”, explica Suárez.
El proyecto de Chachimbiro, en marcha desde hace 15 años, involucra a nueve comunidades negras, indígenas y campesinas y en 2009 reportó ventas por 1,1 millones de dólares.
Suárez remarca que para que Piñán alcance tal éxito necesita ante todo que el Estado cumpla una ley que lo obliga a comprar las tierras privadas en parques naturales para su conservación.
“Estamos aquí desde que nació este mundo, por eso nos pertenece. Nuestros padres nos dejaron aquí y haremos lo mismo con nuestros guaguas (niños)”, promete ‘Don Rigo’.