Es lo menos que podemos pedir, precisamente, a funcionarios del Gobierno, y en general de la administración pública. El ser honesto y transparente es como dos almas que comulgan en común. El ser razonable, justo y recto es ser diáfano, que se deja adivinar, sin poses y aspavientos. Pero tal parece que estas virtudes están demás, deben ir al tacho de basura, ya no sirven. De otro modo no se explica cómo un alto funcionario del Gobierno se engañó a sí mismo, a su familia, y engañó, aparentemente, a otros que le confiaron altas responsabilidades.
Ejercer como economista con título falsificado es un delito a la fe pública, y haber desempeñado altas funciones en un Gobierno que se dice revolucionario es inaudito e imperdonable. No basta con arrepentimientos hipócritas, y perdón por aquí y perdón por acá. Esperemos que actúe la justicia con mano firme, sin jueces tembleques y venales.
Inaceptable y poco creíble que el mismo Presidente no haya conocido que su primo no tenía el título de economista. El Banco Central y la AGD, No Más Impunidad, ¿no más impunidad?, han sido burlados. Pero este es el Gobierno de la revolución ciudadana. ¿Revolución de qué? ¡Que siga el circo de los homenajes y manifestaciones de respaldo a los payasos deshonestos, farsantes y mentirosos!