He buscado cuál fue la noticia de 2009 que merecía un comentario final. Parecía un esfuerzo inútil, pero no lo fue.
Esta columna, fiel a las pequeñas historias que hacen repensar la vida, tenía un hecho enfrente de sus narices y no había advertido su potencial.
Ya lo glosó Lacan ante el hallazgo de Édgar Allan Poe (“La carta robada”): lo esencial está frente a nuestros ojos y es justo lo que no vemos.
La historia ocurrió el 7 de diciembre en el V Festival Internacional de Jazz, en Sigüenza (España). Allí se fajaba un mito viviente, Larry Ochs Sax & Drumming Core.
Nadie se imaginaba que un espectador iba a convertirse en la noticia. Rafael Gilbert se molestó descubrir que había comprado entradas para oír jazz, mientras que lo que ofrecía el programa era “música contemporánea”.
Estas son palabras de Gilbert. “A los 10 minutos de empezar comencé a ponerme nervioso. El free jazz es una música que puede irritarte mucho”. Él lo sabía, un médico le había diagnosticado que no la escuchara por problemas psicológicos.
“Me sentí estafado. Yo lo que reclamo es que en los carteles aclaren si es jazz o no. Es como si vas a ver una película de Tarzán y te ponen King Kong”.
Gilbert pidió que le devolvieran el dinero, pero se burlaron de él. Sin otra opción, acudió a las autoridades para presentar una queja formal.
Un guardia civil asistió al escenario. El funcionario afinó el oído, escuchó a Larry Ochs y atestiguó que aquello que sonaba no era jazz.
Gilbert, 42 años, se aficionó al jazz desde que su mujer empezó a tocar el saxofón.
La primera lección de este episodio es el poder ciudadano.
Ya no se quedan callados, ahora se expresan, aunque más no sea para decir que aquello no es jazz.
La segunda tiene que ver con los médicos que diagnostican que el free jazz perturba los nervios. Y la tercera es la más deliciosa: policías que dictaminan sobre fronteras artísticas.
El más sorprendido ha sido Larry Ochs. Ya viejo, a punto de jubilarse, en Sigüenza, quizás el último lugar donde pensó tener una revelación, ha descubierto que el arte de su vida no es jazz.
Pero ahí no acaba todo: Winston Marsalis, trompetista, director, empresario del jazz, leyó la historia en The Guardian (contada por el corresponsal Gilles Tremlett) y quiere regalarle a Rafael Gilbert su discografía completa (70 discos), autografiada.
Marsalis ha derivado en un investigador radical de la esencia de “la música del siglo XX”, creador que persigue la tradición como quien anda tras el santo grial.
Y, evidentemente ha advertido en el gesto de Rafael Gilbert y en el del guardia civil o policía de Sigüenza, una señal que se encamina hacia su personal cruzada.
¿Me equivoco o estamos ante una noticia de proporciones míticas?
El Nacional, Venezuela, GDA