Olga Imbaquingo, corresponsal en Nueva York
“Soy Ángel Saltos Murgueytio, quiteño y acabo de regresar de Haití. Nada de lo que he visto hasta ahora se compara con la magnitud de la tragedia en Puerto Príncipe. Allá no hay casi nada que reconstruir, todo se destruyó… Es como un borrón y cuenta nueva.
Por mi trabajo como director ejecutivo de la Fundación Ricky Martin, acudí en auxilio de las víctimas del tsunami en Tailandia en el 2005. También aporté mi grano de arena tras el paso del huracán Katrina, un terremoto en Perú y hasta un huracán en República Dominicana, pero nada se compara a lo de Haití.
En Tailandia hubo mucho dolor y devastación, pero es un país que tenía posibilidades de afrontar su tragedia. Allá no cesaban las luces de neón de la policía, las ambulancias y bomberos que se abrían paso para ir a dar auxilio.
Actualmente soy asesor gerencial, desde Washington DC, de instituciones filantrópicas, corporaciones y figuras publicas y lo que vi es que en Haití no hay nada de nada. Es una zona de guerra sin soldados, solo con miles de pobres recorriendo sin rumbo en medio de los escombros y con un aire pesado de muerte.
No hay luz, ni semáforos, ni hospitales que den abasto a tanto damnificado. En Haití, hay urgencia de sobrevivir hoy, que mañana será otro día.
Para tener una idea de en qué podríamos ayudar, gracias al apoyo del Gobierno de República Dominicana, llegamos ésta semana a Puerto Príncipe con Ricky Martin, quien tiene una alianza con Habitat for Humanity.
Iba preparado para que nada me sorprendiera, pero una cosa es lo que se ve en las cámaras de televisión y otra es caminar por esas calles y ver a los huérfanos y las colas interminables de gente esperando por un litro de agua.
Me contaron que la cárcel se cayó y los presos que salieron a salvo fueron hasta la Corte y quemaron los expedientes…
Fuimos a visitar el hospital de niños. Como dije, no iba en plan de sorprenderme, pero ¡oh!… sorpresa: no había hospital, solo son escombros que celosamente esconden decenas de niños, médicos y enfermeras a quienes la muerte les sorprendió trabajando.
En medio de esa desolación, pedazos de la esperanza rota se recuperan estos días al ver a médicos cubanos, estadounidenses, chinos, españoles, brasileños y de muchos países más atendiendo con tanta entrega a los pacientes que están sobre una sábana o en el mismo suelo.
Cuando llegué a Puerto Príncipe ya no había tantos cuerpos inertes en las calles. Uno que otro cadáver desmembrado sí observé a la entrada de otro hospital donde el dolor y el llanto son los que más hablan.
Puerto Príncipe es una ciudad de colinas y es como el Itchimbía, el Batán y el Panecillo llenos de casas venidas abajo. Solo el aeropuerto lleno de aviones cargueros de todo el mundo funciona 24 horas. El Presidente de Haití tiene su oficina provisional allí.
Me explicaron algo singular de este país: la loza es un sinónimo de mejor estatus social. Tener una casa con loza en vez de zinc en el techo los hacía sentir menos pobres, pero al final del día ésta se convirtió en la trampa mortal que a muchos no dejó escapar.
Ahora en vez de loza lo que hay son carpas hechas de plástico y de sábanas. Es como el Parque La Carolina, El Ejido y La Alameda y todo espacio verde lleno de carpas. Ese es el nuevo paisaje de la ciudad donde un galón de gasolina puede costar 40 dólares, donde no hay dinero ni bancos, porque hasta los edificios del Citibank y del Banco Central se desplomaron.
En Tailandia se construyeron 250 casas para los damnificados. En Haití, es prematuro proyectar cómo se va a trabajar, pero indudablemente para levantar al país será necesario cuántas alianzas sean posibles.
Lo bueno que sentí después de nuestra entrevista con el presidente de República Dominicana, Leonel Fernández, es que está sensibilizado frente a ésta tragedia y quiere colaborar. Ahora el reto es hacer tangibles las promesas en un país donde nadie creía en ellas ni antes peor ahora”.