450 niños formaron parte del proyecto Alas para la Alegría el cual es realizado cada año por la FAE, como un agasajo por las fiestas de Navidad. Foto: Enrique Pesantes / EL COMERCIO
Risas nerviosas, diminutos gritos y miradas temerosas podían percibirse en las instalaciones de la Base Aérea Simón Bolívar -en el norte de Guayaquil-, mientras un joven militar leía en voz alta una lista extensa de nombres. Todos eran niños, quienes se consideraron afortunados de estar ahí, frente a la plataforma del Ala de Combate No. 22.
Para algunos fue un sueño cumplido. Para otros, una experiencia inolvidable. Largas filas de infantes se podían observar bajo el avión Boeing 727, que pronto los llevó a recorrer las alturas, la mañana de este viernes 18 de diciembre del 2015.
Jackson Danilo Cruz fue uno de los 450 niños que pudo mirar el cielo desde muy cerca. Al estar en su asiento, junto a una de las ventanillas, no veía simples nubes. Para él fueron gigantescos pedazos de algodón.
A sus 13 años, este alumno de la escuela Daniel Torres Ponce, ubicada en el cantón Durán (Guayas), voló por primera vez. Su plantel formó parte del proyecto Alas para la Alegría, el cual es realizado cada año por la Fuerza Aérea Ecuatoriana (FAE), como un agasajo por las fiestas de Navidad.
Alicia Valdires, de 9 años y compañera de Jackson, no pudo ocultar esa sonrisa nerviosa al sentir que el avión estaba despegando. Cuando ya estaban en el aire, empezó a abrir muy lentamente sus ojos y, sigilosamente, se acercó a la escotilla para llevarse una gran sorpresa: todos los edificios de la ciudad lucían cada vez más pequeños.
Para Julio César Goya, voluntario del Club Rotatorio de Guayaquil, el viaje que duró unos 20 minutos también fue muy emocionante, en especial por la experiencia de los chicos. “Ellos estudian en una comunidad aislada, donde el transporte más común es la canoa. Ni siquiera están acostumbrados a tomar un bus; así que, ¡imagínese poder estar en un avión!”.
El Boeing 727, de cubierta ploma, hizo tres sobrevuelos. Cada pasajero pertenecía a escuelas fiscales de la ciudad (muchos de ellos eran los mejores estudiantes de sus planteles). También acudieron pequeños que reciben asistencia de fundaciones.
Foto: Enrique Pesantes / EL COMERCIO