La docente Silvana Cevallos enseña a Amelia Manosalvas, en el Hospital San Francisco. Foto: Patricio Terán/ EL COMERCIO
Con solo una de sus manos, los más pequeños ordenan las piezas de los rompecabezas. Luego toman un lápiz de color y pintan. En otra mesa, adolescentes trabajan con sus libros. Grandes y chicos tienen algo en común: una de sus manos permanece inmóvil.
Prefieren no usarlas porque en ellas tienen colocadas las vías, a través de las cuales les suministran medicación, como parte de su atención en el Hospital Quito Sur del IESS.
Aunque no faltan las quejas por el dolor que les causan ciertos movimientos, no es un gran impedimento, cuenta la maestra Sonia Hidalgo. Incluso, dice, al ser dados de alta algunos salen ambidiestros.
Los chicos son parte del Programa de Atención Educativa Hospitalaria y Domiciliaria. El objetivo es que los estudiantes no suspendan sus estudios mientras se encuentran hospitalizados o en casa, por prescripción médica.
En todo el país, 21 343 alumnos son parte de Aulas Hospitalarias en este 2019. Hay 78 de estas aulas en las casas de salud en Ecuador. En ellas trabajan 105 docentes permanentes.
La profesora Hidalgo recuerda que hace tres años dejaron de rotar en diferentes centros de salud. Era la alternativa, ya que no todos los docentes podían con la afectación emocional, especialmente en hospitales como Solca y Baca Ortiz, que atienden a chicos con enfermedades catastróficas.
La profesora recuerda con exactitud el número de sus alumnos fallecidos en la lucha contra enfermedades como el cáncer. Fueron 220, reitera. “Un día los ves bien, trabajando. Y al otro llegas y no hallas a nadie en la cama”.
Al contarlo no puede evitar llorar, pero asegura que con sus estudiantes hospitalarios y los padres de familia aprendió a interiorizar sus sentimientos, para no afectarlos, aunque “eso nunca se supera”.
En Quito existen 14 aulas de este tipo. Además de los hospitales ya mencionados, los niños y adolescentes también pueden recibir clases en el Docente de Calderón, el Enrique Garcés, la Fundación Alas de Colibrí y el San Francisco del IESS, entre otros.
En este último, Silvana Cevallos acude de modo permanente. Aunque es docente regular, especializada en matemáticas, aceptó ser parte del programa, al que ahora califica como “lo mejor que me ha pasado”.
Le llenan los lazos que crea con los estudiantes más pequeños. Durante sus fines de semana internados -cuenta- los chicos se desesperan tanto que el lunes la reciben ansiosos en la puerta del aula.
La maestra asegura que aunque no se queden mucho tiempo, los alumnos se van agradecidos. “Lo que más voy a extrañar es a mi profe”, dicen a los médicos al despedirse.
El personal del Programa de Aulas Hospitalarias tiene los mismos derechos y obligaciones establecidos en la Ley Orgánica de Educación Intercultural (LOEI) y su Reglamento. El equipo de maestros permanentes para atención educativa hospitalaria se compone de uno de educación inicial, uno de básica y uno de bachillerato.
Además, a estas aulas o a los domicilios de los chicos acuden profesores itinerantes, que pertenecen a instituciones educativas regulares, pero que brindan apoyo al programa, que empezó a funcionar hace 13 años.
Las profesoras comentan que en el país no existe formación especializada en pedagogía hospitalaria, así que se han formado por cuenta propia en Argentina y Brasil.
La metodología que usan es lúdica, la educación es personalizada, con flexibilidad para hacer adaptaciones curriculares, según el caso. Una premisa es no presionar al alumno.
En el Hospital Quito Sur, por ejemplo, de lunes a jueves estudian las cuatro materias básicas, una cada día. Y los viernes son de recreación.
Los docentes se mantienen en contacto con el plantel para igualar a los chicos mientras se recuperan y los ayudan con refuerzos en lo que requieran.
En el aula hospitalaria, los estudiantes encuentran una distracción a su aislamiento, comenta la profesora Hidalgo. Le llaman ‘la escuelita’ y se levantan todos los días para asistir puntuales a clases.
Para atender a los alumnos que por su condición de salud no pueden movilizarse, los docentes van a las habitaciones con el material necesario, producto de una planificación.
Amelia Manosalvas entró al San Francisco por una neumonía, por lo que necesitó oxígeno, así que la maestra Silvana se trasladó a su habitación. Todos los días pide ir al aula, a donde llegan los internos que pueden hacerlo. “Profe -dice- hoy nos toca matemáticas”.
En Contexto
El viernes 13 se inauguró el ciclo en las aulas hospitalarias de Sierra y Amazonía. El programa empezó en el 2006, por un convenio entre Educación y la Fundación Juan José Martínez. Funcionó en tres ciudades. 26 alumnos se graduaron el año lectivo pasado.