Nueve estudiantes de la USFQ vivieron en marzo bajo el régimen de los soldados Iwias en la base de Shell-Mera, a pocos kilómetros del Puyo, en la provincia de Morona Santiago. La instrucción militar incluyó navegación en selva, supervivencia, rescate en aguas rápidas, conocimiento básico de armamento, entre otros. Ésta es una recopilación de las experiencias de los estudiantes durante esos tres días.
Shell Mera, Pastaza, a pocos kilómetros de llegar al Puyo. Llegamos a la base militar de Shell a eso de las 10:00 desde Quito. El aire es distinto, un poco más pesado por la humedad de la Amazonía ecuatoriana. Somos estudiantes de Periodismo Multimedios en la Universidad San Francisco de Quito, quizá demasiado acostumbrados al ritmo y las comodidades de la capital. Es extraño para mí, sobre todo, un hippie anti-militarista, a quien el mundo militar le resulta totalmente desconocido y lejano.
Dentro de la base se encuentra la escuela de Iwias. Hacia allí nos dirijíamos y para esto tuvimos que esperar el aterrizaje de un avión, pues nuestro bus pasó por plena pista. Vestidos con trajes indígenas tradicionales y armados con lanzas, los soldados Iwias nos recibieron con una coreografía y gritos de bienvenida. Por lo que escuché después, los gritos eran en idioma shuar.
Una vez adentro, el Teniente Coronel Mario Corrales nos contó la historia de esta escuela, uno de los mayores orgullos del ejército ecuatoriano. Iwias significa en shuar demonios de la selva. La escuela nació formalmente en el año 1980, fundada por el Coronel Gonzalo Barragán. Comenzó como una fracción de la escuela militar que enseñaba cursos especializados de supervivencia y combate en la selva.
Años más tarde, se convertiría en un centro de formación de soldados nativos de las diferentes comunidades indígenas ecuatorianas: kichwas, shuars, achuars, huaoranis, entre otras. Aquí se mezclan enseñanzas ancestrales de supervivencia con el arte moderno de la guerra.
Los Iwias tuvieron una participación significativa durante la Guerra del Cenepa contra las tropas peruanas. Por su alto conocimiento en selva y capacidad de adaptarse a condiciones hostiles, fueron una de las unidades del ejército que más se destacó durante este período.
En una pequeña choza, donde estaban reunidos los oficiales y soldados que nos acompañarían ese día, nos hicieron una limpia para que nuestra estadía allí fuera lo más provechosa posible. Tomamos chicha y un trago fortísimo, sacado de la corteza de un árbol. Hay que aceptarlo, pues para las nacionalidades indígenas es un desprecio no hacerlo.
Después del recibimiento formal, nos dirijimos a dejar nuestras cosas en la base. Para llegar a la sección donde nos hospedaríamos, hay que pasar por un cementerio simbólico. Allí se encuentran tumbas vacías con los nombres de los soldados que murieron en el Cenepa.
Cruzamos el cementerio en silencio, como un símbolo de respeto a los soldados que dejaron sus hogares para ir a pelear a la frontera, por un ínfimo pedazo de tierra que se disputaban las dos naciones.
Día 1 con los los Iwias
El primer reto de los tres días con los demonios de la selva es aprender a atar nudos. Sí, atar nudos. Suena fácil, pero fue quizá una de las tareas más difíciles. De un nudo bien hecho puede depender cualquier operación exitosa. De los cuatro nudos que nos enseñaron, me acuerdo de uno (y aún me cuesta). Es gracioso, pero un entrenamiento militar de élite comienza con esta simple tarea: si no sabes atar nudos, estás perdido.
Esto es la introducción para una actividad que probablemente implica más agallas. Una vez que aprendimos los nudos, nos dirijimos al patín. El patín es la simulación de helicóptero. Se debe bajar por una cuerda a 40 metros de altura, como si fuera un rescate o un operativo en una zona donde el helicóptero no tiene posibilidades de aterrizar.
Al bajar del patín sientes un enorme vértigo, que se compensa con la adrenalina. Al saltar y deslizarte por la cuerda, tus manos se queman con el roce. Mirar hacia abajo es un reflejo, pero nada recomendable. El Capitán Richard Vargas estaba encargado de nosotros durante ese fin de semana. “El patín sirve para que tanto ustedes como nuestros soldados desafíen sus límites y pierdan miedos. Esa es la idea principal de este entrenamiento”, afirma.
Pasamos después a la patera, un pequeño lago en el que tienes que pasar por cuerdas e intentar no caerte. Sin embargo, casi todos caímos a medio camino. El roce de la cuerda en el pecho duele tremendamente, y después de unos pocos metros, el cansancio en los brazos hace imposible avanzar. Cuando comienzas a perder el equilibrio, la batalla está casi perdida. Lo único que queda es lanzarse al agua.
Esa noche dormimos en sacos de dormir en el piso de madera de un refugio. Yo no dormí nada. Mi saco de dormir no se podía cerrar, la incomodidad era enorme, nuestro profesor roncaba y los bichos tampoco ayudaron.
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Día 2 con los Iwias
Estuve toda la noche esperando a que amanezca. A las 05:30 nos levantamos y comimos. La comida aquí no es un lujo, pero es de gran volumen: muchos carbohidratos y mucha carne. Partimos del refugio para adentrarnos en un terreno en la selva que un soldado Iwia prestó para nuestro entrenamiento de ese día.
Mientras el camión que nos llevaba se preparaba, tuve la oportunidad de hablar con uno de los oficales encargado de nosotros ese día. Anteriormente, él pertenecía al Grupo Especial de Operaciones del ejército (GEO) que se encargaba de operaciones especiales y protección de personajes importantes. “En cada operación tenía que desaparecer dos semanas, mi esposa y yo no sabíamos si iba a volver después. Me encanta, pero es una vida muy complicada. Yo no nací para hacer trabajo de escritorio”.
Al saber que su esposa estaba esperando un hijo, el teniente pidió su traslado a la escuela de Iwias para dedicarse a la enseñanza de nuevos soldados y cumplir requisitos para su ascenso.
Después de un viaje en camión y una larga caminata, llegamos a un bello sector intersectado por dos ríos. Nuestro primer entrenamiento fue de movilización y ubicación terrestre. Fue bastante útil, pues yo nunca había usado una brújula en mi vida. Aprendimos a usar GPS y triangulación con mapas.
Después de esto, conocimos al Sargento Carvajal, con quien pasaríamos el resto del día para entender mejor el funcionamiento de la escuela. La idea de este día de entrenamiento fue sobrevivir con lo mínimo. “La selva es un Supermaxi”, nos dijo. “Si tienen el conocimiento, aquí pueden encontrar lo que quieran para poder sobrevivir”.
Carvajal es hijo de madre shuar y comparte sus conocimientos ancestrales con los soldados Iwias en formación. Aprendimos a hacer toldos con lo único que llevábamos: un poncho de agua, y colchones con hojas de palma anundadas. Posteriormente, cada uno escogía un ‘body’, que es básicamente un compañero de supervivencia… dentro del mundo de los Iwias, un concepto importantísimo.
El Sargento después nos enseñó las plantas medicinales que, según él, curan varios males, desde el dolor de estómago hasta la sinusitis. Para probar lo que decía, nos hizo pasar en fila, acostarnos en un toldo y en la nariz nos introdujo un líquido. Ese líquido penetra en tus fosas nasales y arde como una especie de gas lacrimógeno. Quedas aturdido varios minutos por el ardor, comienzas a llorar y tu nariz parece que fuera a explotar. Después de diez minutos, más o menos, santo remedio. La nariz queda completamente descongestionada.
Asimismo probamos chontacuros, gusanos de gran tamaño que se encuentran fácilmente en la Amazonía. Primero Carvajal les saca la cabeza y exprime la grasa que va cayendo lentamente a tu boca. Hay que intentar no saborear mucho y tragar rápido.
“Esa es su cena”, nos dijo Carvajal, mientras señalaba una gallina viva. Ese fue un momento particularmente difícil para mí. Había que matar a la gallina para poder comer. Ese día nos hicimos cargo de la cocina ese día dos compañeros y yo. Mientras el resto mataba a la gallina, yo me acobardé y me encargué del arroz. La gallina fue decapitada y aleteó con desesperación durante al menos un minuto. Comimos como reyes esa noche, pese a que mi arroz se había quemado y caído de la olla varias veces.
Armamos los toldos para dormir y logramos cerrar los ojos durante unas dos horas. Después, llegó esa lluvia tan característica de la Amazonía que lo estropeó todo. Tuve que sostener el toldo con un pie para que el agua no se filtrara. Una vez más, una noche de sueño perdida, pero inolvidable.
Día 3 con los Iwias
Partimos hacia la base de nuevo. Nos cambiamos y partimos a practicar lo que ellos llaman ejercicios de navegación fluvial por el río Pastaza;es decir, rafting. Esto fue probablemente la parte más entretenida y relajada del viaje. El río nos esperaba con cierta calma y una lluvia bastante tupida también nos recibió.
Después del rafting, tuvimos un almuerzo con los oficiales que nos acompañaron durante los tres días. Fue un momento bastante emotivo, pues conversamos sobre la importancia de los Iwias en el ejército ecuatoriano.
La bondad de los soldados y oficiales no tuvo límites durante los tres días con ellos. Aprendimos mucho de lo que es ser militar y logré deshacerme de muchos prejuicios hacia ellos; no es un mundo tan vertical como pensé, no son personas que sólo se preparan para la guerra, ni excesivamente estrictas, ni tampoco irracionalmente nacionalistas.
Ser militar no sólo es la ciencia de la guerra, sino una forma mucho más profunda de ver la vida. El compañerismo, las decisiones colectivas, el respeto por la vida y por la muerte y un sentimiento profundo por la selva –compañera y aliada– son pilares fundamentales de la vida militar y toman enorme fuerza con los Iwias. Con los Demonios de la selva, las jerarquías militares tienen poca importancia, tanto soldados como oficiales se tratan de igual a igual y son importantísimos para la batalla.
Lea otra experiencia de uno de los estudiantes que participó en este proyecto