Joselín Monasterio espera turno para recargar su teléfono en una carpa de la Cruz Roja, en Rumichaca. Foto: Washington Benalcázar / EL COMERCIO
No todo ha sido negativo en este viaje. Hemos sentido muestras de solidaridad a cada paso. Así relata Joselín Monasterio, de Puerto Cabello, quien como muchos ciudadanos de Venezuela decidió abandonar su país.
Al cruzar de Colombia a Ecuador, por el puente de Rumichaca, se alegró al ver un rótulo que indica que se puede llamar por teléfono gratis, por dos minutos, a un familiar.
Este paso fronterizo se ha convertido en la principal puerta de entrada de los llaneros al país. De 288 005 que llegaron el año anterior, 227 810 lo hicieron por este ingreso.
La cifra contrasta con 31 128 venezolanos que arribaron en el 2010 al país. Por Rumichaca entraron en ese año 2 202, el resto especialmente por los aeropuertos de Quito y Guayaquil, según información del Ministerio del Interior.
Junto al puente binacional los extranjeros, que llevan grandes maletas, forman una fila que termina en 10 ventanillas de las oficinas de Migración. Ahí oficializan el ingreso.
La mayoría declara venir por turismo. Muchos no tienen dinero y llegan gracias a los conductores de vehículos que les dan un ‘aventón’, comenta un burócrata de traje y corbata.
Algunos viajeros duermen en bancas y en el piso de los corredores. Otros conversan, se toman fotos con celulares o comen galletas con atún, sentados en la acera. También hay niños. Casi todos se protegen con mantas del frío del Carchi.
A Monasterio no le importó ubicarse al final de 32 personas que forman una fila para hablar por teléfono. Tras 20 minutos de espera pudo contarle a su esposo que está bien y que pronto se reunirá con él en Perú. Su cónyuge partió tres meses antes a Lima, cansado del desempleo.
La venezolana, que asegura ser técnica superior en Administración, renunció a su trabajo. El sueldo de 8 millones de bolívares ( USD 2,5 al cambio del mercado informal) no le alcanzaba. Recuerda que 1 kilo de carne cuesta 5 millones.
El préstamo de los teléfonos es una iniciativa de la Cruz Roja. Un grupo de voluntarios pone a disposición de los viajeros seis celulares. Además, adecuaron una zona para recargar los dispositivos móviles de los aventureros.
Este servicio surgió ante la necesidad de los viajeros para restablecer contacto con sus parientes. Está en marcha desde hace 15 días en Carchi, Sucumbíos y El Oro, que es la ruta que usan los venezolanos que van hacia Perú y Chile, explica María Guerrero, presidenta de la Cruz Roja del Carchi.
Pero no es el único apoyo. Rafael Uranga, de Barquisimeto, se calentaba con un vaso de agua aromática que le entregaron personas caritativas.
Hay miembros de iglesias y gente solidaria, como Steven Ayala y su esposa, Andrea López, oriundos de Tulcán, que recolectan ayuda entre amigos para llevar cada día café o agua aromática a los extranjeros, que esperan horas y días en Rumichaca, mientras realizan los trámites. Lo positivo de las migraciones masivas, como la venezolana, es la solidaridad de personas e instituciones, comenta Elisa Devreese, de la Misión Scarabriniana, una ONG que apoya a las personas en condición de movilidad.
Esta entidad asiste en Imbabura a 250 extranjeros, entre mujeres y jóvenes. Les dan charlas sobre sus derechos y forman redes de apoyo entre los foráneos. Eso ayuda a que nos avisen sobre algún trabajo o un departamento de arriendo, explica una venezolana.
Otras ayudas son el hospedaje, como el albergue Cristo El Migrante, de Tulcán, una iniciativa privada que acoge sin costo a los viajeros.
Yolanda Montenegro, la propietaria, calcula que arriban 400 personas al mes. En Ibarra, igualmente, el Albergue Municipal fue adecuado con el apoyo de Acnur para recibir a 30 adultos. En este sitio nos podemos quedar hasta ocho días, señala la llanera Marina Hurtado.
La misión Scarabriniana tiene un espacio de acogida para 40 padres con niños. Pero está cerrado hasta que el Municipio firme un acuerdo de comodato.
Otra entidad de ayuda es la Asociación Amigos Mira, de Imbabura, que, entre otras cosas, abrió una oficina con un abogado que ofrece consultas gratis a los foráneos. También tiene un almacén de ropa usada, para donar a los recién llegados.
Pero lo más novedoso es una bolsa de empleo que se creó hace un mes y ya logró ubicar a seis personas. Según Margarita Ortiz, vocera de la institución, la mejor ayuda es dar trabajo, aprovechado el potencial de los nuevos vecinos.