La reparación de cocinas a gas, en Portoviejo, es uno de los negocios que han salido a flote tras el terremoto del 16 de abril. Foto: Enrique Pesantes / EL COMERCIO
El negocio de reparación de cocinas a gas que por más de 40 años funciona en las calles Juan Montalvo y 9 de Octubre, en el perímetro de la ahora conocida como zona cero de Portoviejo, en Manabí, apenas si se da abasto ahora para la cantidad de aparatos que llegan averiados a diario.
Los colapsos de las viviendas en la ciudad a causa del terremoto del pasado 16 de abril del 2016, además de destruir las estructuras de los inmuebles, dañaron el mobiliario y los electrodomésticos de las casas. “Luego del terremoto, la reparación de cocinas se incrementó en un 40% en nuestro local”, dice Jommy Andrade, operario y administrador del local.
Los clientes llevan sus cocinas con abolladuras en las latas, los vidrios de los hornos rotos y las cañerías averiadas. “Para la gente que lo perdió casi todo en el terremoto le es costoso cambiar sus cocinas dañadas por una nueva. Las traen aquí y las reparamos”, explica Andrade, mientras arregla uno de los equipos.
Para atender el inesperado incremento de la demanda, el negocio de Andrade debió duplicar el personal. A la semana, los siete operarios reparan o realizan el mantenimiento a un promedio de 10 cocinas. “Ahora el trabajo se duplicó”, asegura Andrade.
En la denominada zona cero, las decenas de negocios de todo tipo permanecen cerrados. Solo quienes habitan allí pueden ingresar con un salvoconducto que les permite sortear las cercas metálicas celosamente custodiadas por personal de la Policía y el Ejército.
Arturo Zambrano monta guardia en otro sector del centro de Portoviejo, donde maquinaria de la Prefectura de Los Ríos y del Municipio se turnan para demoler las edificaciones afectadas por el terremoto.
Cada vez que la retroexcavadora retira los escombros, Zambrano y un compañero se apresuran a retirar las vigas, perfiles de hierro y otros objetos metálicos que reúnen a un costado de los escombros para venderlos luego a una fundidora. “Nos quedamos sin trabajo por el terremoto y ahora nos dedicamos a recolectar hierro para revenderlo”, menciona Zambrano, quien trabajaba como tornero y soldador en un taller mecánico, antes de que el local se destruyera por el fuerte movimiento telúrico. “Me pagan un dólar por kilo de hierro y aquí en las demoliciones ahora hay bastante material que ya no sirve”.
Alrededor de la zona cero hay muchos negocios que han sabido obtener réditos de los daños que dejó el sismo: talleres de reparación de muebles, de soldadura metálica, y de venta de jugos y almuerzos para las decenas de obreros que trabajan en las incesante tareas de remoción de escombros.