En la quebrada las Barrancas las reses se alimentan en medio del polvo volcánico del Cotopaxi. Foto: Glenda Giacometti / EL COMERCIO
Una fina capa de ceniza cubre los sembradíos, pastos y bosques de las poblaciones asentadas en el occidente y noroccidente del volcán Cotopaxi. El panorama es desolador.
Las extensas zonas de pastizales verdes están cubiertas de ceniza y de esa hierba se alimentan las vacas de las razas holstein, jersey y mestizas. Alrededor de 85 000 semovientes se encuentran en Mejía y unas 16 000 en Latacunga.
Según Víctor López, de la Asociación de Ganaderos de la Sierra y el Oriente, la disminución de la leche es paulatina entre los productores del cantón Mejía. El directivo indicó que el intenso sol veraniego, la escasez de pasto y forraje los está afectando.
“Hay un 15% de la producción de leche que está disminuyendo. En Mejía se producen alrededor de 650 000 litros diarios y hoy tenemos unos 450 000 litros”. El ganadero dice que debe comprar hierba”.
Algunos semovientes ya presentan problemas con sus estómagos, vías respiratorias, ojos y piel. Es el caso de las cinco reses de la campesina María Collahuazo. La mujer, de 58 años, vive en una casa de bloque y techo de zinc en el barrio Changalli, perteneciente a la parroquia Aloasí, en Mejía.
Junto a su esposo Manuel Collahuazo y sus dos hijos limpian los pastos contaminados con el polvo volcánico.
“El volcán continúa lanzando ceniza y nuestras vacas ya no dan los 50 litros de leche. Ahora logramos ordeñar de 20
hasta 30 litros”.
A diario un grupo de médicos veterinarios del Ministerio de Agricultura, Ganadería, Acuacultura y Pesca (Magap) y técnicos del Municipio de Mejía visitan a los ganaderos y pequeños productores de los sectores de Romerillos, San Francisco de Mariscal y Aloasí en Pichincha.
Los técnicos planifican la entrega de alimento para las reses o las charlas para dar recomendaciones sobre su cuidado. Sixto Corrales, técnico del Magap, explicó que aún no se registran muertes de animales en Pichincha. Para evitar los decesos las brigadas médicas recorren diariamente los agrestes caminos de tierra y piedra.
Los campesinos ubican cables para construir un galpón en el bosque de la parroquia de Mulaló, en Cotopaxi. Foto: Glenda Giacometti / EL COMERCIO
Una de las recomendaciones es que ubiquen sacos de lona en los lomos de las vacas, limpien los pastos y les den agua limpia. “Para evitar que ingieran ceniza deben ubicar vaselina en las fosas nasales. Esto evitará que las reses sufran de
conjuntivitis”.
Las recomendaciones caseras son anotadas por los pequeños ganaderos. Uno de ellos es Juan Jácome, presidente del barrio Unachi en El Chaupi. “La ceniza cubrió todos los pastos. Eso está bajando la producción de leche en algunos sectores de El Chaupi y Aloasí entre un 15% y 30%”, comentó Jácome.
En la provincia del Cotopaxi el ambiente es similar. Los pequeños ganaderos tuvieron que vender algunas de sus reses para comprar alimento. En otras localidades movilizaron al ganado a pastos donde no hay polvo volcánico.
Los campesinos ubican cables para construir un galpón en el bosque de la parroquia de Mulaló, en Cotopaxi. Foto: Glenda Giacometti / EL COMERCIO
En Latacunga el Magap identificó 27 albergues que esperan ser aprobados por la Secretaría de Gestión de Riesgos. Ana Marín, directora del Magap de Cotopaxi, contó que el albergue de la parroquia Once de Noviembre ya está habilitado. En esta hacienda hay 72 cabezas de ganado que llegaron desde San Agustín del Callo, una de las zonas afectadas.
Otros animales se encuentran en la hacienda de Helena Córdoba, ubicada en la parroquia de Mulaló. En busca de pastos verdes arribaron ganaderos de Romerillos, Tanicuchí y de Pastocalle.
Córdova les explicó que la hacienda no está en una zona considerada como de riesgo. Además indicó que de las 120 vacas que le proveen de leche tuvo que vender 30. “No podemos alimentar a nuestros animales porque estamos reduciendo gastos y necesitamos proteger a las otras, pero les vamos a ayudar a los vecinos”.
Para eso, está construyendo refugios en la mitad del bosque de pinos. Además, se abastecen de agua, en recipientes seguros, para el consumo de los animales y de las posibles familias que lleguen a la hacienda.
Una de las vecinas afectadas y que posiblemente arribe a la hacienda es Erika Guanoquiza, del barrio San Antonio en Pastocalle. La mujer, de 30 años, indicó que de las 500 vacas del sector quedan unas 300. “En toda esta zona bajó la producción de leche. Creo que en un 50% y las pocas reses que hay ya están enfermas”, dijo Guanoquiza.