El 51% de los alimentos analizados no cumplió con todas las normas establecidas. Foto: Alfredo Lagla / EL COMERCIO
Uno de los temas más debatidos esta semana fue la calidad de los jugos de naranja que se expenden en la calle y si son o no aptos para su consumo. Un estudio del Municipio de Quito estableció que el 32% de las muestras tomadas registró más microorganismos de los que la norma permite.
En medio de cuestionamientos sobre si en verdad el producto era malo y si lo que se buscaba era atacar al micro-emprendimiento, surgió la duda sobre cuál era la realidad de otros productos que se venden en la calle. El resultado sorprende.
El 51% de los alimentos analizados (1 500 muestras en lo que va del año) no cumplió con todas las normas establecidas. Sin embargo, el que no se cumpla con todos los parámetros no convierte al alimento en una ‘bomba de tiempo’ para la salud. Esto explicaría uno de los comentarios más escuchados esta semana sobre el tema: “He comido de todo en la calle y no me ha pasado nada”.
La normativa estipula que en el alimento no debe haber más de siete unidades de colonias de microorganismos por cada gramo, mililitro o centímetro cúbico de muestra. Pero, que un alimento supere este número no significa, necesariamente, que cause daño.
El secretario de Salud del Municipio, José Ruales, explicó que la comidas con número superior de colonias pueden provocar infecciones a quienes estén con problemas inmunológicos o que estén débiles, o generar una fuerte infección a todos quienes las consuman o, por último, no provocar nada. Depende de la llamada ‘dosis mínima infectiva’, un factor que se analiza y puede ser alto, medio o bajo.
Por ejemplo, en abril se estudiaron 139 muestras de productos aparte de las de jugo de naranja. Encebollados, jugo de tomate, ensaladas, chorizos, cevichochos, mote cocido, fritada, espumilla, aguas aromáticas y fruta picada fueron analizados. Se encontró que cuatro tipos de alimentos en tres administraciones zonales significaban un riesgo alto para la salud porque portaban salmonela y podían enfermar y hasta matar al consumidor. Se trata del cebiche de camarón y del ají que expenden algunos vendedores dentro de los límites de la Administración Zonal Manuela Sáenz; de las salsas, en la Eugenio Espejo, y el ají en la Quitumbe.
Ruales detalló que una de las iniciativas que se está ejecutando para disminuir la contaminación es exigir a los comerciantes autónomos que se realicen un examen médico ocupacional como requisito para obtener el permiso de funcionamiento. Deben pasar exámenes de laboratorio, chequeo dental y un examen físico para determinar si tienen hongos o afecciones en la piel. Las capacitaciones sobre manejo de alimentos son otro frente para atacar la contaminación.
Ruales enfatiza que los comerciantes deben regularizarse para que de esta manera se garantice la venta de productos de calidad y que no pongan en riesgo a los comensales.
El gusto por consumir productos en la calle se explica porque la mayoría de nuestras culturas son de matriz campesina y en las ciudades se tiende a reproducir su lógica, entre ellas la forma de consumir los alimentos, según analiza la socióloga Natalia Sierra. Ella expone que no somos una cultura de asepsia y que en su forma de ver no todos los productos que se expenden en la calle son dañinos para la salud.
Paola Carrillo, máster en nutrición y docente de la UDLA, sugiere a los compradores ver cómo se manipulan los utensilios, si una persona maneja la comida, si el puesto tiene acceso a agua potable, que no haya focos infecciosos y que quien venda tenga un baño cerca.