La ausencia de lo festivo que caracteriza a nuestra época se manifiesta en la costumbre, por no decir la manía, de establecer celebraciones cívicas. Así, la Unesco instituyó el 23 de abril como Día del Libro, la Lectura y los Derechos de Autor, y el 21 de marzo, inicio de la primavera, como Día de la Poesía. Detrás de estas celebraciones se juntan el temor a la posible extinción del libro, el esfuerzo por incentivar la industria editorial y ampliar su mercado, y el miedo a que desaparezca la poesía o, al menos, el lector de poesía.
No creo que el libro esté en vías de extinción, aunque en las próximas décadas el libro de papel será sustituido masivamente por el “e-book”. Todo dependerá de la calidad que adquieran los artefactos que ya están sustituyendo a aquel dispositivo que nos viene de Gutenberg. No sé si este desaparecerá del todo en el futuro. Yo mismo, que amo el libro de papel, me doy cuenta que cada vez más recurro a la lectura y la escritura en el computador. Este artículo, de hecho, no lo escribo sobre papel. Pero, ¿desaparecerá del todo el libro de papel? Me cuesta creer que sea así. Tal vez el libro de papel devenga objeto de arte, lo que no estaría nada mal: los poemas deberían leerse en libros que sean objetos de arte.
En términos relativos, quizás esté disminuyendo el número de lectores de literatura, historia y filosofía. El mundo se llena de científicos y sobre todo de técnicos que solo leen lo que atañe a su parcela de saber. Tenemos políticos que se precian de no haber leído un libro de ficción en toda su vida, y pragmáticos que desprecian a quienes prefieren la lectura al activismo.
La lectura ha sido siempre una pasión de minorías. Vargas Llosa apunta que la ficción y la poesía fueron mayoritarias solo cuando eran orales; que la escritura más bien las confinó a una minoría ínfima de personas cultas. Sí, la literatura es una actividad de culto. Es una fiesta privada del lector. Lo será aún más en el futuro.
En el Ecuador, país donde la educación va para peor en cuanto tiene que ver con las llamadas humanidades y con el conocimiento del lenguaje, y en que el populismo más ramplón dirige las políticas culturales, la lectura ya es, y lo será aún más en el futuro, la pasión de una ínfima minoría.
¿Malo para la poesía y para la ficción? No lo creo. La poesía y la novela son elitistas, sin remedio. ¿Malo para la literatura nacional? Talvez debamos comenzar a comprender que la literatura no tiene mucho que ver con las naciones, con los estados, ni tampoco con las “masas”.
En cuanto a los derechos de autor, los poetas saben, como ningún otro autor, que prácticamente no existen. Los poetas en verdad no aspiran a supuestos derechos, pero hacen uso de su libertad. El uso de la libertad es la herencia mayor que recibimos de Shakespeare y Cervantes.